Gilgamesh y la creación de su doble.(1)
Aquél que todo lo supo y que entendió el fondo de las cosas, aquél que todo lo vio y todo lo enseñó, aquél que conoció los países del mundo, aquél fue el grandioso Gilgamesh. El construyó los muros de Uruk, emprendió un largo viaje y supo todo lo que ocurrió antes del Diluvio. Al regresar grabó todas sus proezas en una estela.
Porque los grandes dioses lo crearon, dos tercios de su cuerpo eran de dios y un tercio de hombre. Cuando él hubo luchado contra todos los países regresó a Uruk, su patria. Pero los hombres murmuraron con odio porque Gilgamesh tomaba lo mejor de la juventud para sus hazañas y gobernaba férreamente. Por ello la gente fue a llevar sus quejas a los dioses y los dioses a Anu. Anu elevó el reclamo a Aruru y dijo estas palabras: “Oh, Aruru, creadora de la humanidad, haz otro hombre igual a Gilgamesh, haz una copia de Gilgamesh, para que cuando ambos se encuentren luchen entre si y ya nadie perturbe a nuestra ciudad”. La diosa Aruru se concentró dentro de sí, humedeció sus manos y tomando arcilla formó con ella al valiente Enkidu. El héroe nació con el cuerpo cubierto de un vello tan espeso como la cebada de los campos.(2) Nada sabía de los hombres ni de los países y su inteligencia permanecía cerrada. Como animal salvaje se alimentaba de hierbas abrevando de las fuentes con el ganado.
Con el tiempo, un cazador encontró a Enkidu y su rostro se contrajo por el temor. Se dirigió a su padre y le contó las proezas que había visto realizar a ese hombre salvaje. El viejo, entonces, envió a su hijo a Uruk a pedir ayuda a Gilgamesh.
Cuando Gilgamesh escuchó la historia de labios del cazador le recomendó a éste que tomara a una bella servidora del templo, a una hija de la alegría, y llevándola con él la pusiera al alcance del intruso. “De ese modo, cuando él vea a la moza quedará prendado de ella y olvidará a sus animales y sus animales no lo reconocerán”.. Así que hubo hablado el rey, el cazador procedió según las indicaciones llegando en tres días al lugar de encuentro. Pasaron uno y otro día más hasta que los animales llegaron a la fuente para abrevar. Tras ellos apareció el intruso quien vio a la servidora sentada. Pero cuando ésta se levantó y fue presta hacia él, Enkidu quedó atrapado por su belleza. Siete días estuvo con ella hasta que decidió ir por su ganado pero las gacelas y el rebaño del desierto se apartaron de él. Enkidu no pudo correr pero su inteligencia se abrió y empezó a pensar y sentir como hombre. Volvió a sentarse al lado de la mujer y ésta le dijo: “¿Por qué vives con el ganado como un salvaje? Ven, te guiaré a Uruk al santuario de Anu y de la diosa Ishtar, hasta Gilgamesh a quien nadie vence”. Eso gustó a Enkidu porque su corazón buscaba a un contrincante y un amigo y por ello dejó que la joven lo guiara hasta los fértiles pastos donde se encuentran los establos y los pastores. El mamaba la leche de los animales y no conocía el pan ni el vino hasta que la muchacha se los dio a probar. La esclava sagrada lo untó con óleos, un barbero esquiló su cuerpo y vestido como un joven rey tomó su lanza para luchar contra las fieras salvajes. Así liberó a los pastores y les permitió que durmieran sin sobresaltos.. Entonces, un emisario llegó hasta Enkidu pidiendo su ayuda para acabar con las injusticias de Gilgamesh, rey de Uruk.. Enkidu enfurecido prometió cambiar el orden de las cosas.
Gilgamesh había visto en sueños al salvaje y comprendió que en combate se habían de entender, por ello cuando su oponente le interrumpió el paso éste se abalanzó con la fuerza del toro bravo. Las gentes se arremolinaron contemplando la fiera lucha y celebraron el parecido de Enkidu con el rey. Ante la casa de la Asamblea lucharon. Las puertas convirtieron en astillas y demolieron los muros, y cuando el rey logró arrojar al suelo a Enkidu éste se apaciguó alabando a Gilgamesh. Entonces, ambos se abrazaron sellando su amistad.
El bosque de los cedros
Gilgamesh tuvo un sueño y Enkidu dijo: “ Tu sueño significa que tu destino es ser rey pero no inmortal. Se, por tanto, justo con los que te sirven, sé justo ante los ojos del dios Samash. Usa tu poder para liberar y no para oprimir”. Gilgamesh reconsideró su vida y descubrió que no había cumplido con su destino, por ello dijo a Enkidu: “Debo ir al país de la Vida, a donde crecen los cedros y debo escribir mi nombre en una estela en donde están escritos los nombres de aquellos que merecen gloria”.
Enkidu entristeció porque él como hijo de la montaña conocía los caminos que llevaban al bosque de los cedros. Pensó: “Diez mil leguas hay desde el centro del bosque en cualquier dirección de su entrada. En el corazón vive Jumbaba (cuyo nombre significa ‘Enormidad’). El sopla el viento de fuego y su grito es la tempestad”.
Pero ya Gilgamesh había decidido ir al bosque para acabar con el mal del mundo, el mal de Jumbaba. Y decidido como aquél estaba, Enkidu se preparó a guiarle no sin antes explicar los peligros. “Un gran guerrero que nunca duerme - dijo -, custodia las entradas. Sólo los dioses son inmortales y el hombre no puede lograr la inmortalidad, no puede luchar contra Jumbaba”.
Gilgamesh se encomendó a Samash, al dios-sol. A él le pidió ayuda en la empresa. Y Gilgamesh recordó los cuerpos de los hombres que había visto flotar en el río al mirar desde los muros de Uruk. Los cuerpos de enemigos y amigos, de conocidos y desconocidos. Entonces intuyó su propio fin y llevando al templo dos cabritos, uno blanco sin mancha y otro marrón, dijo a Samash: “El hombre muere sin esperanzas y yo debo cumplir mi cometido. Un largo camino hay hasta el recinto cerrado de Jumbaba, ¿por qué, Samash, llenaste mi corazón con la esperanza de esta empresa si no puede ser realizada?” Y el compasivo Samash aceptó las ofrendas y las lágrimas de Gilgamesh celebrando con él un pacto solemne.
Luego, Gilgamesh y Enkidu dieron órdenes a los artesanos para que forjaran sus armas y los maestros trajeron las jabalinas y las espadas, los arcos y las hachas. Las armas de cada uno pesaban diez veces treinta shekels y la armadura otros noventa. Pero los héroes partieron y en un día caminaron cincuenta leguas. En tres días hicieron tanto camino como el que hacen los viajeros en un mes y tres semanas. Aún antes de llegar a la puerta del bosque tuvieron que cruzar siete montañas. Hecho el camino allí la encontraron, de setenta codos de alto y cuarenta y dos de ancho. Así era la deslumbrante puerta que no destruyeron por su belleza. Fue Enkidu quien arremetió empujando sólo con sus manos hasta abrirla de par en par. Luego descendieron para llegar hasta el pie de la verde montaña. Inmóviles contemplaron la montaña de cedros, mansión de los dioses. Allí los arbustos cubrían la ladera. Cuarenta horas se extasiaron mirando el bosque y viendo el magnífico camino, el que Jumbaba recorría para llegar a su morada...
Atardeció y Gilgamesh cavó un pozo. Esparciendo harina pidió sueños benéficos a la montaña. Sentado sobre sus talones, la cabeza sobre sus rodillas, Gilgamesh soñó y Enkidu interpretó los sueños auspiciosos. En la noche siguiente Gilgamesh pidió sueños favorables para Enkidu, mas los sueños que tendió la montaña fueron ominosos. Después Gilgamesh no despertó y Enkidu haciendo esfuerzos logró ponerlo en pie. Cubiertos con sus armaduras cabalgaron la tierra como si llevaran vestiduras livianas. Llegaron hasta el inmenso cedro y, entonces, las manos de Gilgamesh blandiendo el hacha al cedro derribaron.
Jumbaba salió de su mansión y clavó el ojo de la muerte en Gilgamesh. Pero el dios-sol, Samash, levantó contra Jumbaba terribles huracanes: el ciclón, el torbellino. Los ocho vientos tempestuosos se arrojaron contra Jumbaba de manera que éste no pudo avanzar ni retroceder mientras Gilgamesh y Enkidu cortaban los cedros para entrar en sus dominios. Por eso, Jumbaba terminó presentándose manso y temeroso ante los héroes. Él prometió los mejores honores y Gilgamesh estaba por asentir abandonando sus armas, cuando Enkidu interrumpió: “¡No lo oigas! ¡No amigo mío, el mal habla por su boca! ¡Debe morir a manos nuestras!” Y gracias a la advertencia de su amigo, Gilgamesh se recobró. Tomando el hacha y desenvainando la espada hirió a Jumbaba en el cuello, mientras Enkidu hacía otro tanto, hasta que a la tercera vez Jumbaba cayó y quedó muerto. Silencioso y muerto. Entonces le separaron la cabeza del cuello y, en ese momento, se desató el caos porque el que yacía era el Guardián del Bosque de los Cedros. Enkidu taló los árboles del bosque y arrancó las raíces hasta las márgenes del Éufrates. Luego, poniendo la cabeza del vencido en un sudario la mostró a los dioses. Pero cuando Enlil, señor de la tormenta, vio el cuerpo sin vida de Jumbaba, enfurecido quitó a los profanadores el poder y la gloria que habían sido de aquel y los dio al león, al bárbaro, al desierto. Entonces, los dos amigos salieron del bosque de los cedros.
Gilgamesh lavó su cuerpo y arrojó lejos sus vestiduras ensangrentadas, ciñendo otras sin mácula. Cuando en su cabeza brilló la corona real, la diosa Ishtar puso en él sus ojos. Pero Gilgamesh la rechazó porque ella había perdido a todos sus esposos y los había reducido a la servidumbre más abyecta por medio del amor. Así dijo Gilgamesh: “Tú eres una casa derruída que no protege contra la tempestad, eres las joyas de los palacios saqueados por ladrones, eres el veneno disimulado con manjares, eres un cimiento de piedra blanda, eres un sortilegio que te abandona en el peligro, eres una sandalia que hace tropezar en la carrera”.
El Toro celeste, la muerte de Enkidu y el descenso a los infiernos
Furiosa la princesa Ishtar se dirigió a su padre Anu y amenazó con romper las puertas del Infierno para hacer salir de él un ejército de muertos más numeroso que el de los vivos. Así vociferó: “Si no arrojas sobre Gilgamesh al Toro Celeste, yo haré eso”. Anu acordó con ella, a cambio de la fertilidad de los campos por siete años. Y de inmediato creó al Toro Celeste que cayó sobre la tierra. En la primera embestida la bestia mató a trescientos hombres. En la segunda otros centenares cayeron. En la tercera cargó contra Enkidu pero éste la retuvo por los cuernos y saltando sobre ella la postró. Mientras la bestia arrojaba una espuma sangrienta por la boca, Enkidu la aferraba pero ya a punto de desfallecer por el esfuerzo alcanzó a gritar: “¡Gilgamesh, hemos prometido a los dioses dar duración a nuestros nombres, hunde tu espada en el cuerpo de nuestro enemigo!” Arremetió entonces Gilgamesh y mató al Toro Celeste clavando su punzante espada entre los cuernos y la nuca. De inmediato los amigos extrajero el corazón palpitante y lo ofrecieron a Samash. Pero la diosa Ishtar subió a la muralla más alta de Uruk y desde allí profirió una maldición sobre Gilgamesh. Habiendo oído Enkidu vociferar a la princesa, no pudo controlar su furia y selló su destino al arrancar los genitales del Toro Celeste lanzándolos contra el divino rostro.
Cuando llegó el día, Enkidu tuvo un sueño. En él estaban los dioses reunidos en consejo: Anu, Enlil, Samash y Ea. Ellos discutieron por la muerte de Jumbaba y del Toro Celeste y decretaron que de los dos amigos, Enkidu debía morir. Luego despertó del sueño y contó lo visto. Volvió entonces a soñar y esto es lo que relató: “Los instrumentos musicales de Gilgamesh cayeron en un gran recinto. Gilgamesh los buscó pero no pudo alcanzar las profundidades en las que estaban. Con sus manos buscó el arpa y la flauta; con los pies trató de tocarlos. Sentado frente al recinto que comunica con los mundos subterráneos Gilgamesh lloró amargamente rogando que alguien trajera sus instrumentos desde la profundidad de los infiernos. Entonces Enkidu dijo: ‘ yo bajaré a buscar tu flauta’. De inmediato se abrió el foso que lleva a los infiernos y Enkidu descendió. Pasó un tiempo y el entristecido Gilgamesh rogó: ‘¡ que Enkidu pueda regresar y hable conmigo!’. El espíritu de Enkidu voló desde las profundidades como un soplo y los dos hermanos hablaron: ‘Tú que conoces el mundo subterráneo dime si allí has visto a quienes murieron en la furia de las batallas y a quienes murieron abandonados en los campos... – El que murió en batalla está asostenido por sus padres, pero aquel cuyo cadáver fue abandonado en los campos no tiene paz en los infiernos. También he visto a quien vaga sin que su espíritu sea recordado; merodea siempre inquieto y se alimenta de los desperdicios que la gente abandona’. Los dos hermanos quedaron en silencio”.(3)
Enkidu enfermó y murió. Gilgamesh dijo entonces: “Sufrir. ¡La vida no tiene otro sentido que morir! ¿Moriré yo como Enkidu? He de buscar a Utnapishtim a quien llaman ‘El Lejano’ para que explique cómo es que llegó a inmortal. Primeramente manifestaré mi luto, luego vestiré la piel de león, e invocando a Sin me pondré en camino”.
Había Gilgamesh recorrido todos los caminos hasta llegar a las montañas, hasta las mismas puertas del Sol. Allí se detuvo frente a los hombres-escorpión, los terribles guardianes de las puertas del Sol. Preguntó por Utnapishtim: “Deseo interrogarlo sobre la muerte y la vida”. Entonces, los hombres-escorpión trataron de disuadirlo de la empresa. “Nadie que entra a la montaña ve la luz”, dijeron. Pero Gilgamesh pidió que le abrieran la puerta de la montaña y así se hizo por fin. Caminando horas y horas dobles en la profunda obscuridad vio en la lejanía una claridad y al llegar a ella salió de frente al Sol. Cegado por el resplandor alcanzó a ver un inmenso jardín. Caminó por los caminos que recorren los dioses hasta que se encontró con un árbol cuyas ramas eran de lapislázuli. De esas ramas pendía el fruto del rubí.
Vestido con la piel de león y comiendo carne de animales, Gilgamesh vagó por el jardín sin saber en qué dirección ir. Al verlo Samash, apiadado le dijo: “Cuando los dioses engendraron al hombre reservaron para sí la inmortalidad. A la vida que buscas nunca encontrarás”.
Gilgamesh siguió su camino hasta llegar a la playa en la que encontró al barquero de El Lejano. Hechos a la mar divisaron la tierra. Utnapishtim que los vio llegar pidió explicaciones al acompañante de su barquero. Gilgamesh dio su nombre y explicó el sentido de la travesía.
El diluvio universal
Y dijo Utnapishtim: “Te revelaré un gran secreto. Hubo una ciudad antigua llamada Surupak, a orillas del Éufrates. Era rica y soberana. Todo allí se multiplicaba, los bienes y los seres humanos crecían en abundancia. Pero Enlil molesto por el clamor, dijo a los dioses que ya no era posible conciliar el sueño y exhortó a poner fin al exceso desencadenando el diluvio. Ea, entonces, en un sueño me reveló el designio de Enlil. ‘Derriba tu casa y salva tu vida, construye una barca que habrá de ser techada y de igual largo que ancho. Luego, llevarás a la barca la simiente de todo ser vivo. Si te preguntan por tu trabajo dirás que decidiste ir a vivir al golfo’. Mis pequeños acarreaban betún y los grandes hacían todo lo que era necesario. Teché el barco y bajo el piso construí siete cubiertas dividida cada una en nueve recintos. Finalmente, deslicé la pesada construcción sobre gruesos troncos hasta que aquella tocó el agua quedando sumergida en sus dos terceras partes. El séptimo día el barco estuvo completado y cargado con todo lo necesario. Mi familia, parientes y artesanos cargué en la barca y luego hice entrar a los animales domésticos y salvajes. Cuando llegó la hora, esa tarde, Enlil envió al Jinete de la Tormenta. Entré en la barca y la cerré con betún y asfalto y como todo estaba listo di el timón al barquero Puzur-Amurri. Nergal arrancó las compuertas de las aguas inferiores y los dioses arrasaron campos y montañas. Los jueces del Infierno, los Anunnaki, lanzaron sus teas y se hizo de noche el día. Día tras día arreciaba la tempestad y parecía cobrar nuevo brío de sí misma. Al séptimo día el diluvio se detuvo y el mar quedó en calma. Abrí la escotilla y el sol me dio de pleno. En vano escruté, todo era mar. Lloré por los hombres y los seres vivos nuevamente convertidos en barro. Finalmente, el monte Nisir detuvo a la barca en su cumbre. Solté una paloma y una golondrina que regresaron al no poder asentarse en tierra alguna y, después de muchos días, liberé a un cuervo que se alejó graznando y no regresó. Luego los dioses se reunieron en consejo y recriminaron a Enlil por el castigo tan duro que había dado a las criaturas, así es que Enlil vino a la barca y haciendo arrodillar a mi mujer y a mí, tocó nuestras frentes al tiempo que decía: ´Tú eras mortal, pero ahora tú y tu mujer vivirán por siempre en la boca de los ríos y serás conocido como El Lejano´. En cuánto a ti, Gilgamesh, ¿por qué los dioses habrían de otorgarte la inmortalidad?”.
El regreso
Utnapishtim sometió a Gilgamesh a una prueba. Este debía tratar de no dormir durante seis días y siete noches. Pero en cuanto el héroe se sentó sobre sus talones una niebla desmadejada de la lana del sueño cayó sobre él. “¡Míralo, mira a quien busca la inmortalidad!”, así dijo El Lejano a su mujer. Despertando, Gilgamesh se quejó amargamente por el fracaso: “ ¿Adónde iré? La muerte está en todos mis caminos”. Utnapishtim, contrariado, ordenó al barquero que al hombre regresara pero no sin piedad por él decretó que sus vestiduras jamás envejecieran, así nuevamente en su patria habría de lucir espléndido a los ojos mortales. Al despedirse, El Lejano susurró: “ Hay en el fondo de las aguas un licio espinoso que puede desgarrar tus manos, pero si te apoderas de él y lo conservas junto a ti podrás ser inmortal”.
Gilgamesh entró en las aguas atando a sus pies pesadas piedras. Se apoderó de la planta y emprendió el regreso mientras se dijo a sí mismo: “Con ella daré de comer a mi pueblo y yo también habré de recuperar mi juventud”. Luego caminó horas y dobles horas dentro de la obscuridad de la montaña hasta franquear la puerta del mundo. Después de esos trabajos vio una fuente y se bañó, pero una serpiente salida de las profundidades arrebató la planta y fue a sumergirse fuera del alcance de Gilgamesh.(4)
Así volvió el mortal con las manos vacías, con el corazón vacío. Así volvió a Uruk la bien cercada. Y así se cumplió el mandato de los dioses. ¡Con el pan homenajeamos al Guardián de la Puerta, con el pan pedimos al dios-serpiente, señor del Arbol de la Vida. Con el pan agradamos a Dumuzi el pastor que hace fértil a la tierra!.(5)
Aquél que todo lo supo y que entendió el fondo de las cosas, aquél que todo lo vio y todo lo enseñó, aquél que conoció los países del mundo, aquél fue el grandioso Gilgamesh. El construyó los muros de Uruk, emprendió un largo viaje y supo todo lo que ocurrió antes del Diluvio. Al regresar grabó todas sus proezas en una estela.
1.- Para la elaboración del mito de Gilgamesh hemos tenido en cuenta las XII tablillas asirias que son recopilación de otras anteriores acadias, derivadas a su vez de las sumerias, como lo demuestran los más recientes descubrimientos. Nos hemos basado en el material original de R. Campbell Thompson, The Epic of Gilgamesh. Oxford University Press. 1930, y de G. Contenau. L’ Epopée de Gilgamesh. L’Artisan du livre. Paris, 1939. También apelamos a los trabajos de Speiser, Bauer. Kramer, Heidel, Langdom, Schott y Ungnad. Por úiltimo, hemos consultado El Cantar de Gilgamesh. G. Blanco. Ed. Galerna. Buenos Aires. 1978.
2.- Se supone que el poema de Gilgamesh fue compuesto hacia fines del tercer milenio sobre la base de materiales mucho más antiguos. Coincidimos con esta hipótesis basándonos en el desarrollo de la cerámica. En efecto, hacia la época de la redacción ya se había inventado en Uruk el primer torno de alfarería del mundo (h. 3500 a. C.). El instrumento era una rueda cerámica de 90 centímetros de diámetro por 12 de espesor que se hacía girar con la mano izquierda mientras se trabajaba el cacharro con la derecha. Dado el peso del volante, éste seguía girando por varios minutos, lo que permitía perfeccionar la obra con las dos manos libres. Posteriormente, se inventa (también en Mesopotamia), el torno de pie. Sin embargo, en el poema, la diosa Aruru crea al hombre de barro sin más expediente que sus manos humedecidas. Este no es un detalle sin importancia ya que se puede deducir por la técnica descripta, un ambiente de época anterior al del uso de la torneta. Al comparar p.ej., la creación del hombre sumeria con la creación del hombre egipcia, resulta que en esta última el dios Khnum da forma al cuerpo de barro en la torneta de alfarero (instrumento aparecido en el Nilo recién en la época dinástica). En el poema sumerio se hace alusión a la creación del héroe Enkidu como “doble”, como copia de Gilgamesh, luego que “la diosa Aruru se concentró dentro de sí”. Es posible que esto se refiera a la técnica de fabricación de figuras humanas cerámicas en copias de molde (“dentro de sí”) sobre la base de un original previamente confeccionado. El hecho de que Enkidu nazca velludo (“El héroe nació con el cuerpo cubierto de un vello tan espeso como la cebada de los campos”), puede referirse a la presencia visible de antiplásticos (cortezas de cereales, paja, etc.) que se agregaban a la arcilla para evitar su cuarteo, del modo en que se hace en algunos lugares con el barro al preparar adobes. Lo comentado, corresponde a una etapa anterior a la de la cacharrería y la utilización de la rueda de alfarero. La historia, por tanto, sería previa a la época de al’Ubaid y muy anterior a la aparición del mito de Marduk en el que éste quiere crear al hombre sobre la base de su sangre y sus huesos aunque luego decide hacerlo con la sangre de su enemigo Qingu. En este caso, ya estamos en presencia de la técnica del engobe o del esmalte cerámico del que hay numerosas muestras en la Babilonia de la época. Es más, en el British Museum se conserva una tablilla en la que aparece una fórmula de esmalte, sobre la base de plomo y cobre, dada por el maestro babilonio Liballit posiblemente contemporáneo de la redacción del mito de Marduk. Se podría objetar que tanto en el Génesis hebreo como en el Popol Vuh Quiché no se hace alusión al torno aún cuando este existiera para la época de sus respectivas redacciones. En lo que hace al Génesis, Dios hace a Adán de barro y luego a Eva de su costilla (como en el caso del hombre de Marduk, sobre la base de sangre y hueso) y le da vida con su soplo. No hay alusión al torno, pero el “soplo” es sugestivo porque pertenece a una época anterior a la de utilización de dicho instrumento. La introducción de aire en el horno es anterior a la torneta y es un procedimiento que luego se perfeccionó con el fuelle, permitiendo elevar altas temperaturas en la cocción que de otro modo no superaba los 800 grados, ya que todo dependía de las calorías de la leña de acuerdo a las resinas que contuviera según la región. También puede decirse que el invento del horno de tiro ascendente permitió, en ocasiones, la elevación de temperaturas próximas a los 1000 grados, pero la inyección de aire resulta de una técnica posterior. Entre los Quiché el mito cuenta que el primer hombre fue hecho por los dioses de barro pero éste se deformaba con el tiempo (etapa pre cerámica de la arcilla endurecida); luego los dioses hicieron al hombre de madera pero tampoco resultó y fue destruido hasta que, por fin, se logró formar al ser humano de maíz. Con ello se denota que el mito queda enclavado en la etapa instrumental neolítica (piedra, hueso y madera), previa a la revolución cerámica. Por otra parte, en América no se conoció el torno ni la rueda así es que no hay alusión a ese instrumento. Es cierto que en las tres traducciones clásicas del Popol-Vuh (Arciniegas, Recinos y Chávez) hay descripciones de instrumentos y cacharros cerámicos que coexisten con el mito de la creación del hombre pero, al parecer, éste es anterior a la ambientación textual. En síntesis, en lo que hace a la creación del ser humano por un dios alfarero, el mito más antiguo es el sumerio. No obstante, podría objetarse alguna afirmación respecto a la antigüedad de ciertas cerámicas basándose en las temperaturas de cocción. Pero, afortunadamente, muchos problemas de ese tipo se han ido solucionando a partir de los trabajos de Wedgwood sobre los vasos etruscos. El pirómetro que diseñó este investigador (no obstante la imperfección de su escala), ya permitió determinar la cantidad de calor absorbido por una arcilla. Al conocer la composición de ésta y someter una réplica a cocción controlada se pudo observar su contracción de acuerdo a los parámetros establecidos en la escala. El criterio utilizado fue el de que a mayor calor, mayor contracción que, por lo demás, queda fija una vez enfriado el cuerpo. Otro método ha consistido en someter un trozo de la muestra a temperatura creciente hasta que se produce contracción. En ese momento se fija el punto en que fue dejado el calentamiento original. Pero ya, actualmente, la precisión del análisis pirométrico es tal que se puede llegar a determinaciones de décima de grado.
3.- “Los fragmentos ‘Muerte de Gilgamesh’ y ‘El descenso al Infierno’ provienen de tablillas sumerias halladas en Nippur y han sido fechadas en la primera mitad del segundo milenio a.C. No articulan con la estructura actual del Poema, aunque el segundo se halle traducido literalmente en la Tablilla XII asiria, última de esta versión”. Cantar de Gilgamesh (Op.Cit. pág. 95). En la traducción de A. Schott, el texto que aparece refiriéndose al parlamento de Enkidu con Gilgamesh, es éste: “¡Mira, mi cuerpo que con ternura abrazabas, las sabandijas lo carcomen como ropa vieja. Sí, a mi cuerpo que alegremente tú tocabas, la podredumbre lo invade, llenándolo de polvo de la tierra!... ¿Has visto uno que murió quemado en el combate? -Bien lo he visto, estaba en la noche silenciosa, echado en su lecho y bebiendo agua pura. -¿Has visto uno que cayó en la batalla? -Bien lo he visto, los queridos padres le tenían la testa, y la esposa sobre él se inclinó. -¿Has visto uno cuyos restos a la estepa fueron arrojados? -¡Ay de mí! También a este le he visto yo: ¡no halla paz su sombra en la tierra! -¿Has visto uno de cuya alma nadie cuida? -Bien lo he visto: el resto de comida en la olla, y el mendrugo en la calle tiene que comer..”. El país de los sumerios. H. Schmökel. Ed. Eudeba. pág. 210. Buenos Aires, 1984.
4.- La visión del Paraíso enjoyado suele estar relacionada con la sabiduría y, a veces, con la vida eterna. Esta última tiene sus guardianes que a menudo son serpientes. En un mito cretense citado por Apolodoro, las serpientes poseen la hierba de la inmortalidad. En el de Gilgamesh, la serpiente roba la planta de la vida que el héroe ya había conseguido. De estos temas se han dado diferentes interpretaciones que van desde el espiritualismo más inalcanzable al positivismo más grosero. Veamos algun ejemplo: “El paraíso celestial es gozado en un trance esquizofrénico inducido por el ascetismo, la perturbación glandular o el uso de drogas alucinógenas. No siempre es posible juzgar cuál de estas causas produjo las visiones místicas de, por ejemplo, Ezequiel, ‘Enoc’, Jacob Boehme, Thomas Traherne y William Blake. Pero los jardines de deleite enjoyados se relacionan comúnmente en el mito con la comida de una ambrosía prohibida a los mortales; y esto indica una droga alucinógena reservada para un pequeño círculo de adeptos y que les causa sensaciones de gloria y de sabiduría divinas. La referencia de Gilgamesh al espino cerval tiene que ser un disfraz, no obstante, pues el espino cerval lo comían los antiguos místicos no como un iluminante, sino como un purgante preliminar... Todos los jardines de deleite son gobernados originalmente por diosas; cuando se pasó del matriarcado al patriarcado los usurparon dioses varones. El paraíso de Gilgamesh pertenecía a Siduri, diosa de la Sabiduría, quien había designado al dios Sol Samash su guardián; en versiones posteriores de la epopeya, Samash ha degradado a Siduri convirtiéndola en mera tabernera”. Los Mitos Hebreos. R. Graves y R. Patai. Alianza, pág. 73. Madrid 1988. En cuanto a la relación entre la inmortalidad, las serpientes y el acto de robar, Wilkins en su Mitología Hindú observa que cuando Garuda trajo algo de amrita (ambrosía) desde la Luna para los Nagas o deidades serpientes, como precio a pagar por liberar a su madre de la esclavitud, Indra intentó persuadirlo de que le diera a él la amrita evitando de ese modo que los Nagas llegaran a inmortales. Pero Garuda siguió con su proyecto e hizo entrega de la sustancia (en una vasija) a los secuestradores. Mientras los Nagas se estaban bañando, Indra la robó. Estos, creyendo que la ambrosía debía haberse derramado sobre la hierba Kusa (Poa Cynosuroides), la lamieron. Las afiladas púas de la hierba rasgaron sus lenguas; de ahí que las serpientes las tengan bifurcadas.
5.- Del fragmento llamado “Muerte de Gilgamesh”.
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