El relato se sabe que se remonta a la antigüedad, y que ha sido recogido y llevado al papel, (o al papiro y el pergamino) por diversos autores. El que ha ganado más fama ha sido Lucio Apuleyo, que lo incluye en su escrito “Metamorfosis”, más conocido como “El asno de oro”. Apuleyo nace el año 114 y muere en el 184 de nuestra era. Entre una cosa y otra, estudia retorica en Cartago, filosofía en Atenas y leyes en Roma, viaja incansablemente, le acusan de brujo y para su defensa escribe el libro “Sobre la magia”, que además de librarle del cargo nos deja importante información de tema, se inicia en los Misterios y el neopitagorismo, y posiblemente algunas otras cosas que desconocemos.
Aproximadamente de la misma época del relato es la estatua de la foto superior, que ahora se puede encontrar en el Museo del Louvre en París. Si bien es cierto que es más popular otra escultura del mismo tema del siglo XVIII, del italiano Antonio Canova, que se encuentra en otra sala del museo.
En cualquier caso, creo que la leyenda es especialmente interesante para los que, como yo, practicamos la disciplina energética.
Sin embargo no he querido entrar a ella por el lado más analítico. Al contrario, he preferido la ligereza de un cuento, que ni tan siquiera pretende ajustarse estrictamente al relato clásico, pero que espero que disfrutes.
Jose García
Agosto 2011
Eros y Psiqué
La historia de Eros y Psiqué se viene contando desde antiguo, y según creo, se seguirá relatando en el futuro. Quizás pienses que es fantasía, pero esta es una historia real. Si me preguntas entonces por cuándo ocurrió, no podré darte noticia de un momento preciso, porque este tipo de historias tienen una realidad tal que ocurren una y otra vez. Sigue teniendo lugar y volverá a ocurrir.
Da comienzo con la belleza de Psiqué, admirada por todos porque su contemplación se vive con calidez en el corazón y serenidad en el pensamiento. Su nombre significa Alma, y por tanto, no tenemos memoria de su nacimiento. Aunque somos capaces de recordar que antes aún, significó Soplo, como si hubiera llegado suavemente, sin aviso. Sí sabemos que era humana y los hombres alabaron tanto su beldad que dicen que despertaron los celos de Afrodita.
Le dieron mil nombres a Afrodita. Inanna en Sumeria, Astarté los fenicios, Turán para los etruscos, y fue Venus romana. Y en cada pueblo hay un nombre antiguo como él mismo, de diosa, femenino como la creación. Pero los dioses antes de tener nombres fueron animales, quizás un ave, o árboles como el manzano, o como Afrodita, agua. ¿Recuerdas cuando creíamos verla llegar del mar en la espuma de las olas esparcida por la playa? ¿Cuándo supimos que la vida venía del mar? Dirás que no estuviste, que aún no habías nacido, pero yo te digo que busques en el interior de tu memoria, donde se guardan los más antiguos registros aún difíciles de nombrar.
Los que dicen que Afrodita sintió celos de Psiqué no conocen la historia, y no comprenden qué lógica inflexible separa ese estado de generación constante de la diosa de aquel otro de celos, débil y mezquino.
Dicen también que envió a su propio hijo, Eros, a dar cumplimiento de su castigo contra la muchacha. Pero como madre, alcanzaría el poco sentido de un encargo así, ya que, si bien su hijo era el más irreverente de los dioses, capaz de poner de pies a cabeza gobiernos, casas o ciudades, la belleza de Psiqué le atraería irremediablemente, y su curiosidad sin límite querría alumbrar las profundidades del Alma. ¿Qué extraño pudor cegó la imaginación de quienes retorcieron así la trama? ¿O fue la cabeza sensata y eficaz, que teme secretamente a Eros, ya que sabe que el solo roce de una de sus alas es capaz de hacer saltar por los aires su mundo? No fue, por cierto, la del viejo y sabio Sócrates que se consideraba el mayor de los amantes, pues sabiendo de la naturaleza inquisitiva del joven dios, jugaba a hacer venir su nombre de erotán, “preguntar”, y a ese arte, sin duda, le extrajo todo lo bueno y lo bello.
Os diré que no fueron los dioses sino los hombres los que cercaron con la envidia a Psiqué. Los hubo que sintieron rencor porque mientras mayor era su deseo de poseerla más se les alejaba, y en sus afiebradas mentes, incluso los hubo que sufrieron celos de aquellos que imaginariamente pudieran conseguirlo. Por último los temerosos, que se dejaron engañar con las habladurías sobre su carácter esquivo y altivo, y prefirieron admirarla de lejos.
Y así fue como la muchacha se encontró sola, culpando por momentos a su propia belleza, y casi deseando la simpleza difusa de sus conciudadanos. Tan duro es el rechazo de sus semejantes para la joven, que huyendo del mundo dio a parar en un risco alto, adentrado en lo profundo del bosque. Llora su fortuna al borde del abismo, que se abre como una posibilidad cierta.
Eros, advertido por Afrodita, envía un suave viento que la desciende sin peligro hasta al fondo de valle, continuando al otro lado por la ladera de una montaña hasta un castillo en lo alto lleno de luz, con los suelos de gemas de colores, las paredes con recubrimientos de oro puro, y muebles de las más bellas maderas incrustadas de finos dibujos de marfil.
Allí cada noche viven su amor, disfrutando de momentos intemporales.
Solo hay una condición, impuesta para salvar el abismo entre lo divino y lo humano. Psiqué no podrá ver a Eros claramente, lo sentirá con todo su ser, pero sin la capacidad de traer su imagen a la luz de la mañana. Igualmente, podrá percibir a los habitantes del castillo como voces pero no verlos. Incluso podrá pedirles que realicen los servicios que necesite, pero no mantendrá una relación de igual con ellos.
Así, vive momentos de plenitud, pero durante el resto del día echa en falta el contacto de otras personas. Además se sabe preñada y quiere compartir tan buena nueva. Pronto, con la fortaleza que da la felicidad, vuelve a establecer relación con su gente. Unos y otros le preguntan cómo es su amante, y Psiqué en su inexperiencia juvenil, se deja llevar por su imaginación y aquello a lo que ésta es capaz de dar forma, y trenza retratos maravillosos con hilos de mentiras, que enseguida dejan ver su falta de consistencia. A pesar de las llamadas a la prudencia de Eros, finalmente, asediada por las preguntas, reconoce que no puede describirlo, que lo ama y le llena de felicidad, pero no lo ha visto con los ojos con los que vemos el mundo.
Todos deciden que la causa de esta ocultación es que su amante, en realidad, es un monstruoso dragón, que solo espera a que su estado de embarazo este más adelantado, para comérsela a ella junto a su hijo.
Cuánto podríamos decir de esta respuesta. Qué lejos podríamos llevar los razonamientos por los cuales solo alcanzaron a ver un monstruo tras la felicidad. Quizás algún día seamos capaces de llevar luz a las profundidades del ser humano, y así comprender sus más oscuros estados. A día de hoy, solo podemos confiar en los relatos de los héroes que fueron capaces de bajar iluminados al inframundo y luego regresar.
También habría mucho que dilucidar sobre cómo comenzó a abrirse camino el temor y la sospecha en Psiqué. El caso es que cuando regresa junto a Eros, espera a que su amado duerma y saca una lámpara que ha escondido bajo el lecho y lo ilumina. Al instante queda maravillada de su perfecta belleza. Tan obnubilada que no se da cuenta de cómo se derrama un poco del aceite caliente de la lámpara sobre el hombro de Eros, que despierta herido, y en el entendimiento inmediato de lo ocurrido desaparece, al igual que el castillo y sus habitantes.
Psiqué queda de nuevo sola, en el bosque, consciente de su error, gestando el hijo de ambos y, esta vez, segura de su amor. De templo en templo busca a Eros pero los distintos dioses no quieren ni ayudarla ni perjudicarla, con lo que simplemente la dejan pasar de largo.
Eros, mientras, en el templo de Afrodita, su madre, convalece enfermo por la herida del amor, seguramente la única que a este dios alegre y vital puede dejarle postrado. Mientras lucha por su salud, el mundo se torna inhabitable, nada parece merecer el esfuerzo de ser realizado, nadie es inspirado para crear nada bello, ni nadie para apreciarlo.
Psiqué, sin descanso, arriba al templo de Afrodita junto al mar. Esta quiere proteger a su hijo, y para dejar entrar a la humana, le exige como condición trabajos sin fin y sin solución aparente. Sin embargo, con resolución, y asistida por la naturaleza, culmina uno tras otro. Incluso con la ayuda de Hermes – acostumbrado a servir de mensajero entre hombres y dioses – consigue bajar al infierno para traer un frasco con algunas gotas de la belleza de Perséfone.
Pero Afrodita sabe que hay un escollo insalvable, si el niño que va a nacer es humano traerá la desgracia al dios alado, si bien, su corazón, que comienza a dar albergue a la admiración por la determinación de la muchacha, le lleva a consultar con Zeus.
Cuando su madre ha partido, Eros vuela en busca de su amada, y encontrándola exhausta sobre las hojas caídas, desciende sobre ella, la alza en brazos y emprenden el vuelo juntos, rebosantes de una fuerza capaz de unir sus mundos.
Mientras Afrodita y Zeus les observan ascender en su vuelo, el dios sentencia que el hijo engendrado de la unión de Psiqué y Eros será inmortal.
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