Conferencia de presentación del libro “Cartas a mis amigos”
Santiago de Chile 14/05/94
Agradezco a las instituciones organizadoras de este Primer Encuentro de la Cultura Humanista, la invitación que oportunamente me cursaran para presentar el libro, de edición chilena, “Cartas a mis Amigos”. Agradezco las palabras pronunciadas por Luis Felipe García en representación de Virtual Ediciones.
Agradezco la intervención de don Volodia Teitelboim, a quien quisiera responder a futuro y comentar, con el detalle que merecen, muchos de los brillantes conceptos que vertiera en esta ocasión.
Agradezco la presencia de destacadas personalidades de la cultura, de los medios de Prensa y, por supuesto, de los numerosos amigos que hoy nos acompañan.
En esta breve exposición, quisiera ambientar el libro que hoy se lanza públicamente destacando que no se trata de una obra sistemática sino de una serie de comentarios presentados en el conocido y, tantas veces utilizado, estilo epistolar. Desde las “epístolas morales” de Séneca, ha llegado hasta hoy un fárrago de exposiciones que se han diseminado por el mundo y que han tenido, por cierto, despareja influencia y desparejo interés. Hoy ya son muy conocidas las “cartas abiertas” que si bien parecen dirigidas a una persona, una institución, o un gobierno, están escritas con la intención de que lleguen más allá del destinatario explícito, es decir, con la intención de que lleguen a los grandes públicos. En este último sentido, es que se ha pensado nuestro presente trabajo. El título completo del volumen es: “Cartas a mis amigos sobre la crisis social y personal en el momento actual”. ¿Quiénes son estos “amigos” a quienes se dirigen las misivas? Son, sin duda, aquellas personas que coinciden o difieren con nuestra postura ideológica pero que, en todos los casos, lo hacen con la genuina intención de lograr una mayor comprensión y una mejor adecuación de la acción para superar la crisis que estamos viviendo. Eso en cuanto al destinatario. En cuanto a la temática, no se ha dejado de destacar el campo de crisis dentro del que se inscriben tanto las sociedades como los individuos. Al concepto de “crisis” lo consideramos en su sentido más habitual de término de un acontecer que se resuelve en una dirección u otra. La “crisis” hace salir de una situación e ingresar en otra nueva que plantea sus propios problemas. Se entiende popularmente a la “crisis” como una fase peligrosa de la que puede resultar algo beneficioso o pernicioso para las entidades que la experimentan y estas entidades son, en este caso, la sociedad y los individuos. Para algunos es redundante considerar a los individuos ya que se los implica al hablar de la sociedad, pero desde nuestro punto de vista ésto no es correcto y la pretensión de hacer desaparecer a uno de los términos se apoya en un análisis que no compartimos. Con ésto, doy por concluido el comentario sobre el título del libro.
Ahora bien, el orden razonable del discurso, indica que se debería entrar en tema con el estudio de los contenidos de la obra. Sin embargo, preferiríamos no seguir esa secuencia escolar, sino adentrarnos en las intenciones que han determinado a toda esta producción. Estas intenciones son las de recoger el pensamiento del Nuevo Humanismo y volcar su dictamen sobre la situación que nos toca vivir. El Nuevo Humanismo está planteando una advertencia sobre la crisis general de la civilización y está planteando unas medidas mínimas a tomar para superar esta crisis. El Nuevo Humanismo es conciente del apocalipsismo de fin de siglo y de fin de milenio de acuerdo a lo que enseña la historia. Bien sabemos que en estas coyunturas epocales se levantan las voces de quienes proclaman el fin del mundo y que, traducidas a distinto folklore, señalan o el fin del ecosistema, o el fin de la Historia, o el fin de las ideologías, o el fin del ser humano atrapado por la máquina, etc. Nada de ésto sostiene el Nuevo Humanismo, él simplemente dice: “¡He, amigos, hay que cambiar el rumbo! ¿Que nadie quiere oírnos? ¿Que estamos equivocados? Pues enhorabuena, porque si estamos equivocados las cosas marchan por un camino justo y vamos recorriendo la vía hacia el Paraíso en la Tierra. Algunos estructuralistas nos dirán que la crisis actual es una simple reacomodación del sistema, un reordenamiento necesario de factores en un sistema que sigue realimentando el progreso; algunos postmodernistas afirmarán que simplemente se ha desajustado el relato del siglo XIX y que los “decididores” sociales están ofreciendo un incremento de poder y de pacificación, gracias a la transparencia tecnológica y comunicacional. Ah, ¡bien amigos!, podemos descansar confiando en que el Nuevo Orden se encargará de pacificar el mundo. No más Yugoslavias, Medio Oriente, Burundi o Sri Lanka. No más hambrunas, no más un 80% de la población mundial en la línea y bajo la línea de subsistencia. No más recesión, no más despidos, no más destrucción de las fuentes de trabajo. Ahora sí, administraciones cada vez más limpias, tasas de escolaridad y de educación crecientes, disminución de la delincuencia y la inseguridad ciudadana, disminución de alcoholismo y drogadicción... en suma, conformidad y felicidad creciente para todos. Eso está bien, amigos. Seamos pacientes, ¡el Paraíso está muy cerca...! Pero si ésto no fuera así, si la situación actual siguiera en deterioro o se perdiera el control, ¿cuáles serían las alternativas a seguir?”
Ese es el discurso de las “Cartas a mis amigos”. Y no creemos que sea ofensivo considerar, a modo de tímida opinión, la posibilidad de que ocurra un penoso desenlace. Nadie se ofende porque los edificios cuenten con sus escaleras de emergencia, que los cines y los lugares de reunión pública estén pertrechados con equipos de extinción, con puertas de escape; nadie protesta porque los estadios deportivos se vean obligados a habilitar portones de salida suplementarios. Y, por supuesto, cuando uno va a un cine o entra a un edificio no está pensando en incendios ni en catástrofes, porque todo se entiende en el contexto que pone la prudencia. Si no se incendia el edificio, ni el cine, ni en el estadio se produce el desborde, ¡Enhorabuena!
En la sexta Carta se recoge el Documento de los Humanistas en el que éstos exponen sus ideas más generales, su alternativa a la crisis. No es un Documento de aguafiestas, no es un ideario pesimista, es una exposición sobre la crisis y una presentación de alternativas. Al leerlo, aún aquellos que no estuvieran de acuerdo, deberían decir: “Bien, es una alternativa. Debemos cuidar a estos muchachos, las sociedades necesitan escaleras de incendio. No son nuestros enemigos, son la voz de la supervivencia”.
El Documento de los Humanistas, que recoge la Carta sexta, nos dice: “Los humanistas ponen por delante la cuestión del trabajo frente al gran capital; la cuestión de la democracia real frente a la democracia formal; la cuestión de la descentralización frente a la centralización; la cuestión de la antidiscriminación frente a la discriminación; la cuestión de la libertad frente a la opresión; la cuestión del sentido de la vida frente a la resignación, la complicidad y el absurdo... Los humanistas son internacionalistas, aspiran a una nación humana universal. Comprenden globalmente el mundo en que viven y actúan en su medio inmediato. No desean un mundo uniforme sino múltiple: múltiple en las etnias, lenguas y costumbres; múltiple en las localidades, las regiones y las autonomías; múltiple en las ideas y las aspiraciones; múltiple en las creencias, el ateísmo y la religiosidad; múltiple en el trabajo; múltiple en la creatividad. Los humanistas no quieren amos; no quieren dirigentes ni jefes, ni se sienten representantes ni jefes de nadie...” Y, al final del Documento se concluye: “Los humanistas no son ingenuos ni se engolosinan con declaraciones de épocas románticas. En ese sentido, no consideran sus propuestas como la expresión más avanzada de la conciencia social, ni piensan a su organización en términos indiscutibles. Los humanistas no fingen ser representantes de las mayorías. En todo caso, actúan de acuerdo a su parecer más justo apuntando a las transformaciones que creen más adecuadas y posibles en este momento que les toca vivir”.
¿No está plasmado en este Documento un fuerte sentimiento de libertad, de pluralismo, de autolimitación? A eso bien se lo puede llamar planteo alternativo y de ninguna manera, propuesta avasalladora, uniformante y absoluta.
¿Y cómo es este proceso de crisis?, ¿hacia dónde apunta? En las diversas cartas se ejemplifica sobre un mismo modelo. El modelo de sistema cerrado. Este comenzó en el surgimiento del Capitalismo. La Revolución Industrial lo fue potenciando. Los estados nacionales, en manos de una burguesía cada vez más poderosa, comenzaron a disputarse el mundo. Las antiguas colonias pasaron de las testas coronadas a manos de las compañías privadas. Y la banca, comenzó su tarea de intermediación, de endeudamiento de terceros y de apoderamiento de las fuentes de producción. Ya la banca financió campañas militares de las burguesías ambiciosas, prestó y endeudó a las partes en conflicto y casi siempre salió gananciosa de todo conflicto. Cuando aún las burguesías nacionales se planteaban el crecimiento en términos de explotación inclemente de la clase trabajadora, en términos de crecimiento industrial, en términos de comercio, siempre referenciando como centro de gravedad al propio país que manejaban, ya la banca había saltado por encima de las limitaciones administrativas del Estado nacional. Llegaron las revoluciones socialistas, el crack bursátil y las reacomodaciones de los centros financieros, pero éstos siguieron en crecimiento y concentración. Luego del último estertor nacionalista de las burguesías industriales, luego del último conflicto mundial, quedó claro que el mundo era uno, que las regiones, los países y los continentes quedaban conectados y que la industria necesitaba del capital financiero internacional para sobrevivir. Ya el Estado nacional comenzó a ser un estorbo para el desplazamiento de capitales, bienes, servicios, personas y productos mundializados. Comenzó la regionalización. Y con ello el antiguo orden empezó a desestructurarse. El viejo proletariado que en su momento era la base de la pirámide social arraigada en las industrias extractivas primarias y que pasó poco a poco a formar parte de los regimientos de trabajadores industriales empezó a perder uniformidad. Las industrias secundarias y las terciarias, los servicios cada vez más sofisticados fueron absorbiendo mano de obra en una reconversión continua de los factores de producción. Los antiguos gremios y sindicatos perdieron poder de clase direccionándose hacia reivindicaciones inmediatas de tipo salarial y ocupacional. La revolución tecnológica provocó nuevas aceleraciones en un mundo desparejo en el que vastas regiones postergadas se alejaban cada vez más de los centros de decisión. Esas regiones colonizadas, expoliadas y destinadas a ocupar sectores de abastecimiento bruto en la división internacional del trabajo, cada vez vendían más barata su producción y cada vez compraban más cara la tecnología necesaria a su desarrollo. Entre tanto, las deudas contraídas para seguir el modelo de desarrollo impuesto, seguían creciendo. Llegó el momento en que las empresas necesitaron flexibilizarse, descentralizarse, agilizarse y competir. Tanto en el mundo capitalista como en el socialista, las estructuras rígidas comenzaron a resquebrajarse al tiempo que se imponían gastos cada vez más agobiantes para mantener en crecimiento a los complejos militar-industriales. Sobreviene entonces, uno de los momentos más críticos de la historia humana. Y es allí, desde el campo socialista desde donde comienza el desarme unilateral. Solo la historia futura determinará si aquello fue un error o fue, precisamente, lo que salvó a nuestro mundo del holocausto nuclear. Toda esta secuencia es fácilmente reconocible. Y así llegamos a un mundo en el que la concentración del poder financiero tiene postrada a toda industria, a todo comercio, a toda política, a todo país, a todo individuo. Comienza la etapa del sistema cerrado y en un sistema cerrado no queda otra alternativa que su desestructuración. En esta perspectiva, la desestructuración del campo socialista aparece como el preludio de la desestructuración mundial que se acelera vertiginosamente.
Este es el momento de crisis en el que estamos ubicados. Pero la crisis tiende a resolverse en diversas variantes. Por simple economía de hipótesis y, además para ejemplificar en grandes trazos, en las Cartas se esbozan dos posibilidades. Por una parte, la variante de la entropía de los sistemas cerrados y, por otra parte, la variante de la apertura de un sistema cerrado merced a la acción no natural sino intencional del ser humano. Veamos la primera matizada con un cierto pintoresquismo descriptivo.
Es altamente probable la consolidación de un imperio mundial que tenderá a homogeneizar la economía, el Derecho, las comunicaciones, los valores, la lengua, los usos y costumbres. Un imperio mundial instrumentado por el capital financiero internacional que no habrá de reparar aún en las propias poblaciones de los centros de decisión. Y en esa saturación, el tejido social seguirá su proceso de descomposición. Las organizaciones políticas y sociales, la administración del Estado, serán ocupadas por los tecnócratas al servicio de un monstruoso Paraestado que tenderá a disciplinar a las poblaciones cada vez con medidas más restrictivas a medida que la descomposición se acentúe. El pensamiento habrá perdido su capacidad abstractiva reemplazado por una forma de funcionamiento analítico y paso a paso según el modelo computacional. Se habrá perdido la noción de proceso y estructura resultando de ello simples estudios de lingüística y análisis formal. La moda, el lenguaje y los estilos sociales, la música, la arquitectura, las artes plásticas y la literatura resultarán desestructuradas y, en todo caso, se verá como un gran avance la mezcla de estilos en todos los campos tal como ocurriera en otras ocasiones de la historia con los eclecticismos de la decadencia imperial. Entonces, la antigua esperanza de uniformar todo en manos de un mismo poder se desvanecerá para siempre. En este oscurecimiento de la razón, en esta fatiga de los pueblos quedará el campo libre a los fanatismos de todo signo, a la negación de la vida, al culto del suicidio, al fundamentalismo descarnado. Ya no habrá ciencia, ni grandes revoluciones del pensamiento... solo tecnología que para entonces será llamada “Ciencia”. Resurgirán los localismos, las luchas étnicas y los pueblos postergados se abalanzarán sobre los centros de decisión en un torbellino en el que las macrociudades, anteriormente hacinadas, quedarán deshabitadas. Continuas guerras civiles sacudirán a este pobre planeta en el que no desearemos vivir.
En fin, ésta es la parte del cuento que se ha repetido en numerosas civilizaciones que en un momento creyeron en su progreso indefinido. Todas esas culturas terminaron en la disolución pero, afortunadamente, cuando unas cayeron, en otros puntos se erigieron nuevos impulsos humanos y, en esa alternancia, lo viejo fue superado por lo nuevo. Está claro que en un sistema mundial cerrado, no queda lugar para el surgimiento de otra civilización sino para una larga y oscura edad media mundial.
Si lo que se plantea en las cartas en base al modelo explicado, es del todo incorrecto, no tenemos por qué preocuparnos. Si, en cambio, el proceso mecánico de las estructuras históricas lleva la dirección comentada es hora de preguntarse cómo el ser humano puede cambiar la dirección de los acontecimientos. A su vez, ¿quiénes podrían producir ese formidable cambio de dirección sino los pueblos que son, precisamente, el sujeto de la historia? ¿Habremos llegado a un estado de madurez suficiente para comprender que a partir de ahora no habrá progreso sino es de todos y para todos? Esta es la segunda hipótesis que se explora en las Cartas.
Si hace carne en los pueblos la idea de que (y es bueno repetirlo) no habrá progreso sino es de todos y para todos, entonces la lucha será clara. En el último escalón de la desestructuración, en la base social empezarán a soplar los nuevos vientos. En los barrios, en las comunidades vecinales, en los lugares de trabajo más humildes, comenzará a regenerar el tejido social. Este será, aparentemente, un fenómeno espontáneo. Se repetirá en el surgimiento de múltiples agrupaciones de base que formarán los trabajadores ya independizados de la tutela de las cúpulas sindicales. Aparecerán numerosos nucleamientos políticos, sin organización central, en lucha con las organizaciones políticas cupulares. Comenzará la discusión en cada fábrica, en cada oficina, en cada empresa. De los reclamos inmediatistas se irá cobrando conciencia hacia la situación más amplia en la que el trabajo tendrá más valor humano que el capital y en la que el riesgo del trabajo será más claro que el riesgo del capital a la hora de considerar prioridades. Fácilmente se llegará a la conclusión de que la ganancia de la empresa debe reinvertirse en abrir nuevas fuentes de trabajo o derivar hacia otros sectores en los que la producción siga aumentando en lugar de derivar hacia franjas especulativas que terminan engrosando el capital financiero, que producen el vaciamiento empresarial y que llevan a la posterior quiebra del aparato productivo. El empresario comenzará a advertir que ha sido convertido en simple empleado de la banca y que, en esta emergencia, su aliado natural es el trabajador. El fermento social comenzará a activarse nuevamente y se desatará la lucha clara y franca entre el capital especulativo, en su neto carácter de fuerza abstracta e inhumana y las fuerzas del trabajo, verdadera palanca de la transformación del mundo. Empezará a comprenderse de una vez que el progreso no depende de la deuda que se contrae con los bancos sino que los bancos deben otorgar créditos a la empresa sin cobro de intereses. Y también quedará claro que no habrá forma de descongestionar la concentración que lleva al colapso sino es mediante una redistribución de la riqueza hacia las áreas postergadas. La Democracia real, plebiscitaria y directa será una necesidad porque se querrá salir de la agonía de la no participación y de la amenaza constante del desborde popular. Los poderes serán reformados porque ya habrá perdido todo crédito y todo significado la estructura de la democracia formal dependiente del capital financiero. Sin duda, este segundo libreto de crisis, se presentará luego de un período de incubación en el que los problemas se agudizarán. Entonces comenzará esa serie de avances y retrocesos en que cada éxito será multiplicado como efecto demostración en los lugares más remotos gracias a las comunicaciones instantáneas. Ni siquiera se tratará de la conquista de los estados nacionales sino de una situación mundial en la que se irán multiplicando estos fenómenos sociales antecesores de un cambio radical en la dirección de los acontecimientos. De este modo, en lugar de desembocar el proceso en el colapso mecánico tantas veces repetido, la voluntad de cambio y de dirección de los pueblos comenzará a recorrer el camino hacia la nación humana universal.
Es esta segunda posibilidad, es a esta alternativa a la que apuestan los humanistas de hoy. Tienen demasiada fe en el ser humano como para creer que todo terminará estúpidamente. Y si bien no se sienten la vanguardia del proceso humano se disponen a acompañar ese proceso en la medida de sus fuerzas y allí donde estén posicionados.
No quisiera tomar más tiempo en comentar el libro que hoy tenemos en nuestras manos. Solamente desearía reconocer la paciencia y la tolerancia que ustedes han mostrado al seguir este aburrido desarrollo.
Nada más. Muchas gracias.
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