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CARTAS A MIS AMIGOS (SEPTIMA) Silo.



Estimados amigos:
Hoy hablaremos de la revolución social. ¿Cómo es esto posible? Algunos bienpensantes nos dicen que la palabra “revolución” ha caído en desuso luego del fracaso del “socialismo real”. Posiblemente en sus cabezas siempre anidó la creencia de que las revoluciones anteriores a 1917 eran preparaciones de la revolución “en serio”. Está claro que si fracasó la revolución “en serio”, ya no se puede volver sobre el tema. Como de costumbre, los bienpensantes ejercitan la censura ideológica y se atribuyen la prerrogativa de otorgar, o no, carta de ciudadanía a las modas y a las palabras. Estos funcionarios del espíritu (mejor dicho, de los medios de difusión), siguen teniendo con nosotros diametrales diferencias: ellos pensaban que el monolitismo soviético era eterno y, ahora, que el triunfo del capitalismo es una realidad inconmovible. Ellos daban por sentado que lo sustancial de una revolución era el derramamiento de sangre; que el decorado imprescindible eran las banderas al viento, las marchas, los gestos y los discursos encendidos. En su paisaje de formación siempre actuó la cinematografía y la moda Pierre Cardin. Hoy, por ejemplo, cuando piensan en el Islam imaginan una moda femenina que les inquieta y cuando hablan de Japón no dejan de alterarse, tras el planteo económico, por el kimono siempre a punto de ser exhumado. Si cuando niños se nutrieron de celuloide y libros de piratas, luego se sintieron atraídos por Katmandú, el tour isleño, la defensa ecológica, y la moda “natural”; si, en cambio, saborearon los western y las vistas de acción, plantearon luego el progreso en términos de guerra competitiva o la revolución en términos de pólvora.
Estamos inmersos en un mundo de códigos de comunicación masiva en el que los formadores de opinión nos imponen su mensaje a través de diarios, revistas y radios; en el que los escritores de la inteligencia débil fijan los temas que deben ser discutidos; en el que las gentes sensatas nos informan y esclarecen sobre el mundo actual... Ante las cámaras se presenta a diario la corporación de opinadores. Allí, ordenadamente, se pasan la palabra la sicóloga, el sociólogo, el politicólogo, el modisto, la periodista que entrevistó a Kaddaffi y el inefable astrólogo. Luego, todos gritan a uno: “¿Revolución? Usted está completamente demodé!” En definitiva, la opinión pública (es decir, la que se publica) sostiene que todo va para mejor a pesar de algunos inconvenientes y certifica, además, la defunción de la revolución.
¿Qué conjunto de ideas bien articuladas se ha presentado que descalifique al proceso revolucionario en el mundo actual? Solo se han presentado opiniones de farándula. No hay, por tanto, vigorosas concepciones que merezcan ser discutidas con rigor.
Pasemos de una vez a cuestiones importantes.
1. Caos destructivo o revolución
En esta serie de cartas hemos hecho varios comentarios sobre la situación general que estamos viviendo. Como consecuencia de esas descripciones llegamos a la siguiente disyuntiva: o somos arrastrados por una tendencia cada vez más absurda y destructiva o damos a los acontecimientos un sentido diferente. En el trasfondo de esta presentación está operando la dialéctica de la libertad frente al determinismo, la búsqueda humana de la elección y el compromiso frente a los procesos mecánicos cuyo destino es deshumanizante. Deshumanizante es la concentración del gran capital hasta su colapso mundial. Deshumanizante será el mundo resultante convulsionado por hambrunas, migraciones, guerras y luchas interminables, inseguridad cotidiana, arbitrariedad generalizada, caos, injusticia, restricción de la libertad y triunfo de nuevos oscurantismos. Deshumanizante será volver a girar en una rueda hasta el surgimiento de otra civilización que repita los mismos y estúpidos pasos de engranaje... si es que esto pueda ser posible luego del derrumbe de esta primera civilización planetaria que, por ahora, empieza a conformarse. Pero en esta larga historia la vida de las generaciones y de los individuos es tan breve y tan inmediata que cada cual atisba el destino general como su destino particular ampliado y no su destino particular como destino general restringido. Así, es mucho más convincente lo que a cada persona le toca vivir hoy que aquello que vivirá mañana o que sus hijos vivirán mañana. Y, desde luego, es tal la urgencia de millones de seres humanos que no queda horizonte para considerar un hipotético futuro que pueda sobrevenir. Demasiada tragedia existe en este preciso instante y esto es más que suficiente para luchar por un cambio profundo de situación. ¿Por qué, entonces, mencionamos el mañana si las urgencias de hoy son de tal magnitud? Sencillamente, porque cada vez más se manipula la imagen del futuro y se exhorta a aguantar la situación actual como si se tratara de una crisis insignificante y llevadera. “Todo ajuste económico –teorizan– tiene un costo social.” “Es lamentable –dicen– que para que todos estemos bien en el futuro, vosotros tengáis que pasar mal vuestro presente.” “¿Acaso antes –preguntan– había esta tecnología y esta medicina en los lugares de mayor abundancia?”. “Ya os llegará el turno –afirman– también a vosotros!”
Y mientras nos postergan, estos que prometieron progreso para todos siguen abriendo el foso que separa a las minorías opulentas de las mayorías cada vez más castigadas. Este orden social nos encierra en un círculo vicioso que se realimenta y proyecta a un sistema global del que no puede escapar ningún punto del planeta. Pero también está claro que en todas partes comienza a descreerse de las promesas de la cúpula social, que se radicalizan posiciones y que comienza la agitación general. ¿Lucharemos todos contra todos? ¿Lucharán unas culturas contra otras, unos continentes contra otros, unas regiones contra otras, unas etnias contra otras, unos vecinos contra otros y unos familiares contra otros? ¿Iremos al espontaneísmo sin dirección, como animales heridos que sacuden su dolor o incluiremos todas las diferencias, bienvenidas sean, en dirección a la revolución mundial? Lo que estoy tratando de formular es que se está presentando la disyuntiva del simple caos destructivo o de la revolución como dirección superadora de las diferencias de los oprimidos. Estoy diciendo que la situación mundial y la particular de cada individuo será más conflictiva cada día y que dejar el futuro en manos de los que han dirigido este proceso hasta hoy, es suicida. Ya no son estos los tiempos en que se pueda barrer con toda oposición y proclamar al día siguiente: “La paz reina en Varsovia”. Ya no son tiempos en que el 10% de la población pueda disponer, sin límite, del 90% restante. En este sistema que comienza a ser mundialmente cerrado, y no existiendo una clara dirección de cambio, todo queda a expensas de la simple acumulación de capital y poder. El resultado es que en un sistema cerrado no puede esperarse otra cosa que la mecánica del desorden general. La paradoja de sistema nos informa que al pretender ordenar el desorden creciente se habrá de acelerar el desorden. No hay otra salida que revolucionar el sistema, abriéndolo a la diversidad de las necesidades y aspiraciones humanas. Planteadas las cosas en esos términos, el tema de la revolución adquiere una grandeza inusitada y una proyección que no pudo tener en épocas anteriores.
2. ¿De qué revolución hablamos?
En carta anterior fijamos posiciones sobre las cuestiones del trabajo frente al gran capital, de la democracia real frente a la formal, de la descentralización frente a la centralización, de la antidiscriminación frente a la discriminación, de la libertad frente a la opresión. Si en el momento actual el capital se va transfiriendo gradualmente a la banca, si la banca se va adueñando de las empresas, los países, las regiones y el mundo, la revolución implica la apropiación de la banca de tal manera que ésta cumpla con prestar su servicio sin percibir a cambio intereses que de por sí, son usurarios. Si en la constitución de una empresa el capital percibe ganancias y el trabajador salario o sueldo, si en la empresa la gestión y decisión están en manos del capital, la revolución implica que la ganancia se reinvierta, se diversifique o se utilice en la creación de nuevas fuentes de trabajo y que la gestión y decisión sean compartidas por el trabajo y el capital. Si las regiones o provincias de un país están atadas a la decisión central, la revolución implica la desestructuración de ese poder de manera que las entidades regionales conformen una república federativa y que el poder de esas regiones sea igualmente descentralizado a favor de la base comunal desde donde habrá de partir toda representatividad electoral. Si la salud y la educación son tratadas de modo desigual para los habitantes de un país, la revolución implica educación y salud gratuita para todos, porque en definitiva esos son los dos valores máximos de la revolución y ellos deberán reemplazar el paradigma de la sociedad actual dado por la riqueza y el poder. Poniendo todo en función de la salud y la educación, los complejísimos problemas económicos y tecnológicos de la sociedad actual tendrán el enmarque correcto para su tratamiento. Nos parece que procediendo de modo inverso no se llegará a conformar una sociedad con posibilidades evolutivas. El gran argumento del capitalismo es poner todo en duda preguntando siempre de dónde saldrán los recursos y cómo aumentará la productividad, dando a entender que los recursos salen de los préstamos bancarios y no del trabajo del pueblo. Por lo demás, ¿de qué sirve la productividad si luego se esfuma de las manos del que produce? Nada extraordinario nos dice el modelo que ha funcionado por algunas décadas en ciertas partes del mundo y que hoy comienza a desarticularse. Que la salud y la educación de esos países aumenta maravillosamente, es algo que está por verse a la luz del crecimiento de las plagas no solo físicas sino psicosociales. Si es parte de la educación la creación de un ser humano autoritario, violento y xenófobo, si es parte de su progreso sanitario el aumento del alcoholismo, la drogadicción y el suicidio, entonces de nada vale tal modelo. Seguiremos admirando los centros de educación organizados, los hospitales bien equipados y trataremos además de que estén al servicio del pueblo sin distinciones. En cuanto al contenido y significado de la salud y de la educación hay demasiado para discutir con el sistema actual.
Hablamos de una revolución social que cambie drásticamente las condiciones de vida del pueblo, de una revolución política que modifique la estructura del poder y, en definitiva, de una revolución humana que cree sus propios paradigmas en reemplazo de los decadentes valores actuales. La revolución social a que apunta el Humanismo pasa por la toma del poder político para realizar las transformaciones del caso, pero la toma de ese poder no es un objetivo en sí. Por lo demás, la violencia no es un componente esencial de esa revolución. ¿De qué valdría la repugnante práctica de la ejecución y la cárcel para el enemigo? ¿Cuál sería la diferencia con los opresores de siempre? La revolución de la India anticolonialista se produjo por presión popular y no por violencia. Fue una revolución inconclusa determinada por la cortedad de su ideario, pero al mismo tiempo mostró una nueva metodología de acción y de lucha. La revolución contra la monarquía iraní se desató por presión popular, ni siquiera por la toma de los centros de poder político ya que éstos se fueron “vaciando”, desestructurando, hasta dejar de funcionar... luego la intolerancia arruinó todo. Y así, es posible la revolución por distintos medios incluido el triunfo electoral, pero la transformación drástica de las estructuras es algo que en todos los casos debe ponerse en marcha de inmediato, comenzando por el establecimiento de un nuevo orden jurídico que, entre otros tópicos, muestre claramente las nuevas relaciones sociales de producción, que impida toda arbitrariedad y que regule el funcionamiento de aquellas estructuras del pasado aún aptas para ser mejoradas.
Las revoluciones que hoy agonizan o las nuevas que se están gestando no llegarán más allá de lo testimonial dentro de un orden estancado, no llegarán más allá del tumulto organizado, si no avanzan en la dirección propuesta por el Humanismo, es decir: en dirección a un sistema de relaciones sociales cuyo valor central sea el ser humano y no cualquier otro como pudiera ser la “producción”, “la sociedad socialista”, etc. Pero poner al ser humano como valor central implica una idea totalmente diferente de lo que hoy se entiende, precisamente, por “ser-humano”. Los esquemas de comprensión actuales están todavía muy alejados de la idea y de la sensibilidad necesarias para aprehender la realidad de lo humano. Sin embargo, y es necesario aclararlo, también comienza a dibujarse una cierta recuperación de la inteligencia crítica fuera de los moldes aceptados por la ingeniosidad superficial de la época. En G. Petrovic, para mencionar un caso, encontramos una concepción precursora de lo que hemos venido exponiendo. El define a la revolución como “la creación de un modo de ser esencialmente distinto, diferente de todo ser no humano, anti-humano y aún no completamente humano”. Petrovic termina identificando la revolución con la más alta forma de ser, como ser en plenitud y como Ser-en-libertad (tesis sobre “la necesidad de un concepto de revolución”, 1977, La Filosofía y las Ciencias Sociales, congreso de Morelia de 1975).
No se detendrá la marea revolucionaria que está en marcha como expresión de la desesperación de las mayorías oprimidas. Pero aún esto no será suficiente ya que la dirección adecuada de ese proceso no ocurrirá por la sola mecánica de la “práctica social”. Salir del campo de la necesidad al campo de la libertad por medio de la revolución es el imperativo de ésta época en la que el ser humano ha quedado clausurado. Las futuras revoluciones, si es que irán más allá de los cuartelazos, los golpes palaciegos, las reivindicaciones de clase, o de etnia, o de religión, tendrán que asumir un carácter transformador incluyente sobre la base de la esencialidad humana. De ahí que más allá de los cambios que produzcan en las situaciones concretas de los países, su carácter será universalista y su objetivo mundializador. Por consiguiente, cuando hablamos de “revolución mundial” comprendemos que cualquier revolución humanista, o que se transforme en humanista, aunque sea realizada en una situación restringida llevará el carácter y el objetivo que la arrojará más allá de sí misma. Y esa revolución, por insignificante que sea el lugar en que se produzca, comprometerá la esencialidad de todo ser humano. La revolución mundial no puede ser planteada en términos de éxito sino en su real dimensión humanizadora. Por lo demás, el nuevo tipo de revolucionario que corresponde a este nuevo tipo de revolución deviene, por esencia y por actividad, en humanizador del mundo.
3. Los frentes de acción en el proceso revolucionario
Quisiera ahora extenderme en algunas consideraciones prácticas respecto a la creación de las condiciones necesarias para la unidad, organización y crecimiento de una fuerza social suficiente que permita posicionarse en dirección a un proceso revolucionario.
La antigua tesis frentista de acumulación de fuerzas progresistas basándose en el acuerdo sobre puntos mínimos hoy termina en la práctica del “pegado” de disidencias partidarias sin inserción social. De este modo resulta una acumulación de contradicciones entre cúpulas que apuntan al protagonismo periodístico y a la promoción electorera. En épocas en que un partido con recursos económicos suficientes podía hegemonizar la fragmentación, el planteamiento de los “frentes” electorales era viable. Hoy la situación ha cambiado drásticamente y, sin embargo, la izquierda tradicional continúa con tales procedimientos como si nada hubiera pasado. Se hace necesario revisar la función del partido en el momento actual y preguntarse si son los partidos políticos las estructuras capaces de poner en marcha la revolución. Porque si el sistema ha terminado metabolizando a los partidos convirtiéndolos en “cáscaras” de una acción que controlan los grandes capitales y la banca, un partido superestructural sin base humana se podrá acercar al poder formal (no al poder real), sin por ello introducir la más mínima variación de fondo. La acción política exige, por ahora, la creación de un partido que logre representatividad electoral en distintos niveles. Pero debe estar en claro desde el primer momento que esa representatividad tiene por objeto orientar el conflicto hacia el seno del poder establecido. En este contexto, un miembro del partido que logra representatividad popular no es un funcionario público sino un referente que evidencia las contradicciones del sistema y organiza la lucha en dirección a la revolución. En otras palabras, el trabajo político institucional o partidario es entendido aquí como la expresión de un fenómeno social amplio que posee su propia dinámica. De este modo, el partido puede desarrollar su máxima actividad en épocas electorales pero los distintos frentes de acción que ocasionalmente le sirven de base, utilizan el mismo hecho electoral para destacar conflictos y ampliar su organización. Hay aquí diferencias importantes con la concepción tradicional del partido. En efecto, hasta hace unas décadas se pensaba que el partido era la vanguardia de lucha que organizaba diferentes frentes de acción. Aquí se está planteando todo en sentido inverso. Son los frentes de acción los que organizan y desarrollan la base de un movimiento social y es el partido la expresión institucional de ese movimiento. A su vez, el partido debe crear condiciones de inserción para otras fuerzas políticas progresistas ya que no puede pretender que aquellas pierdan su identidad fundiéndose en su seno. El partido debe ir más allá de su propia identidad formando con otras fuerzas un “frente” más amplio que inserte a todos los factores progresistas fragmentados. Pero no se pasará del acuerdo de cúpulas si el partido no cuenta con una base real que oriente ese proceso. Por otra parte, este planteamiento no es reversible en el sentido de que el partido forme parte de un frente que organizan otras superestructuras. Habrá frente político con otras fuerzas si éstas se avienen a las condiciones que establece el partido cuya fuerza real está dada por la organización de base. Pasemos pues a considerar los distintos frentes de acción.
Es necesario que diferentes frentes de acción realicen su trabajo en la base administrativa de los países apuntando a la comuna o municipio. Corresponde desarrollar en el área fijada frentes de acción laborales y habitacionales, comprometiendo la acción en los conflictos reales debidamente priorizados. Esto último significa que la lucha por la reivindicación inmediata no tiene significado si ella no deriva en crecimiento organizativo y posicionamiento para pasos posteriores. Está claro que todo conflicto debe ser explicado en términos relacionados directamente con el nivel de vida, con la salud y la educación de la población (coherentemente, los trabajadores de la salud y la educación deben convertirse en simpatizantes inmediatos y posteriormente en cuadros necesarios para la organización directa de la base social).
En cuanto a las organizaciones gremiales se presenta aquí el mismo fenómeno de los partidos del sistema, por ello no es el caso de plantear el control del sindicato o del gremio sino la aglutinación de trabajadores que, como consecuencia, desplacen el control de la cúpula tradicional. Debe promoverse todo sistema de elección directa, todo plenario y asamblea que comprometa a la dirigencia y le exija la toma de posiciones en los conflictos concretos de manera que responda a los requerimientos de la base o sea desbordada. Y, ciertamente, los frentes de acción en el campo gremial deben diseñar su táctica apuntando al crecimiento de la organización de la base social.
Finalmente, la puesta en marcha de instituciones sociales y culturales actuando desde la base es de suma importancia porque permiten aglutinar a colectividades discriminadas o perseguidas en el contexto del respeto a los derechos humanos, dándoles una dirección común no obstante sus diferencias particulares. La tesis de que cada etnia, colectividad, o grupo humano discriminado debe hacerse fuerte en sí mismo para enfrentar el atropello, padece de una importante deficiencia de apreciación. Esa postura parte de la idea de que “mezclarse” con elementos ajenos les hace perder identidad, cuando en realidad su posición aislada los expone y los lleva a ser erradicados con mayor facilidad, o bien, los coloca en posición de radicalizarse de tal modo que los perseguidores justifiquen la acción directa contra ellos. La mejor garantía de supervivencia de una minoría discriminada es que forme parte de un frente con otros que encaminan la lucha por sus reivindicaciones en dirección revolucionaria. Después de todo, es el sistema globalmente considerado el que ha creado las condiciones de discriminación y éstas no desaparecerán hasta tanto ese orden social sea transformado.
4. El proceso revolucionario y su dirección
Debemos distinguir entre proceso revolucionario y dirección revolucionaria. Desde nuestra posición, se entiende al proceso revolucionario como un conjunto de condiciones mecánicas generadas en el desarrollo del sistema. En ese sentido, tal desarrollo crea factores de desorden que, finalmente, son desplazados, se imponen, o terminan descomponiendo la totalidad del esquema. De acuerdo a los análisis que llevamos hechos, la globalización a la que se tiende en estos momentos está presentando agudos factores de desorden en el desarrollo total del sistema. Se trata de un proceso que es independiente de la acción voluntaria de grupos o individuos. Ya hemos considerado este punto en más de una ocasión. El problema que se está planteando ahora es, precisamente, el del futuro del sistema ya que éste tiende a revolucionarse mecánicamente sin mediar orientación progresiva alguna. La orientación en cuestión depende de la intención humana y escapa a la determinación de las condiciones que origina el sistema. Ya en otros momentos hemos aclarado nuestra posición respecto a la no pasividad de la conciencia humana, a su característica esencial de no ser simple reflejo de condiciones objetivas, a su capacidad de oponerse a tales condiciones y pergueñar una situación futura diferente a la vivida en el momento actual (aquí sugerimos ver la Carta número 4, par. III y IV y el libro Contribuciones al pensamiento en el ensayo Discusiones historiológicas, cap.3, par. II y III). Dentro de ese modo de libertad, entre condiciones, interpretamos la dirección revolucionaria.
Es por el ejercicio de la violencia que una minoría impone sus condiciones al conjunto social y organiza un orden, un sistema inercial, que continúa su desarrollo. Vistas así las cosas, tanto el modo de producción y las relaciones sociales consecuentes; tanto el orden jurídico y las ideologías dominantes que regulan y justifican dicho orden y tanto el aparato estatal o paraestatal a través del que se controla el todo social, se develan como instrumentos al servicio de los intereses e intenciones de la minoría instalada. Pero el desarrollo del sistema continúa mecánicamente más allá de las intenciones de esa minoría que lucha por concentrar cada vez más los factores de poder y control, provocando con esto una nueva aceleración en el desarrollo del sistema que progresivamente va escapando a su dominio. De esta manera, el aumento del desorden chocará contra el orden establecido y provocará por parte de ese orden la aplicación proporcional de sus recursos de protección. En épocas críticas se disciplinará al todo social con todo el rigor de la violencia disponible por el sistema. Así se llega al máximo recurso disponible: el ejército. Pero ¿es totalmente cierto que los ejércitos seguirán respondiendo del modo tradicional en épocas en que el sistema va al colapso global? Si eso no fuera así, el giro de situación que puede ocurrir en la dirección de los acontecimientos actuales es tema de discusión. Basta reflexionar sobre las últimas etapas de las civilizaciones que precedieron a la actual para comprender que los ejércitos se alzaron contra el poder establecido, se dividieron en las guerras civiles que ya estaban planteadas en la sociedad y no pudiendo introducir en esa situación una dirección nueva el sistema continuó su dirección catastrófica. En la actual civilización mundial que se perfila ¿se tratará del mismo destino? Habremos de considerar a los ejércitos en la próxima carta.
Reciban con ésta, un gran saludo.

7 de agosto de 1993

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