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DECIMA CARTA A MIS AMIGOS



Estimados amigos:
¿Cuál es el destino de los acontecimientos actuales? Los optimistas piensan que entraremos en una sociedad mundial de abundancia en la que los problemas sociales quedarán resueltos; una suerte de paraíso en la Tierra. Los pesimistas consideran que los síntomas actuales muestran una enfermedad creciente de las instituciones, de los grupos humanos y hasta del sistema demográfico y ecológico global; una suerte de infierno en la Tierra. Los que relativizan la mecánica histórica, dejan todo reservado al comportamiento que asumamos en el momento actual; el cielo o el infierno dependerán de nuestra acción. Por supuesto, están aquellos a quienes no les interesa en lo más mínimo qué ocurrirá a quienes no sean ellos mismos.
Entre tanta opinión nos importa aquella que hace depender el futuro de lo que hagamos hoy. Sin embargo, aún en esta postura hay diferencias de criterio. Algunos dicen que como esta crisis ha sido provocada por la voracidad de la banca y las compañías multinacionales, al llegar a un punto peligroso para sus intereses estas pondrán en marcha mecanismos de recuperación, tal como ha sucedido en ocasiones anteriores. En materia de acción propician la adaptación gradual a los procesos de reconversión del capitalismo en beneficio de las mayorías. Otros, en cambio, indican que no es el caso de hacer depender toda la situación del voluntarismo de las minorías, por lo tanto se trata de manifestar la voluntad de las mayorías mediante la acción política y el esclarecimiento del pueblo que se encuentra extorsionado por el esquema dominante. Según ellos llegará un momento de crisis general del sistema y esa situación debe ser aprovechada para la causa de la revolución. Más allá están quienes sostienen que tanto el capital como el trabajo, las culturas, los países, las formas organizativas, las expresiones artísticas y religiosas, los grupos humanos y hasta los individuos están enredados en un proceso de aceleración tecnológica y de desestructuración que no controlan. Se trata de un largo proceso histórico que hoy hace crisis mundial y que afecta a todos los esquemas políticos y económicos, no dependiendo de éstos la desorganización general ni la recuperación general. Los defensores de esa visión estructural insisten en que es necesario forjar una comprensión global de estos fenómenos al tiempo que se actúa en los campos mínimos de especificidad social, grupal y personal. Dada la interconexión del mundo no sostienen un gradualismo exitoso que sería adoptado socialmente a lo largo del tiempo, sino que tratan de generar una serie de “efectos demostración” suficientemente enérgicos para producir una inflexión general del proceso. Consecuentemente, exaltan la capacidad constructiva del ser humano para abocarse a transformar las relaciones económicas, modificar las instituciones y luchar sin descanso para desarmar a todos los factores que están provocando una involución sin retorno. Nosotros adherimos a esta última postura. Está claro que tanto ésta como las anteriores han sido simplificadas y, además, se ha eludido a múltiples variantes que derivan de cada una de ellas.
1. La desestructuración y sus límites
Resulta pertinente destacar los límites de la desestructuración política considerando que ésta no se detendrá hasta llegar a la base social y al individuo. Ejemplifiquemos. En algunos países se hace más evidente que en otros la pérdida del poder político centralizado. Gracias al fortalecimiento de las autonomías o a la presión de las corrientes secesionistas ocurre que determinados grupos de intereses, o simples oportunistas, desearían detener el proceso justamente allí donde quedara en sus manos el control de la situación. De acuerdo a esas aspiraciones el cantón secesionado, o la nueva república separada del país anterior, o la autonomía liberada del poder central deberían permanecer como las nuevas estructuras organizativas. Pero ocurre que estos poderes comienzan a ser cuestionados por las microregiones, los municipios o comunas, los condados, etc. Nadie ve por qué razones una autonomía liberada del poder central debería, a su vez, centralizar el poder con respecto a unidades menores por más que se pusiera como pretexto el uso del mismo idioma, o un folklore común, o una imponderable “colectividad histórica y cultural”, porque cuando se trata de recaudación fiscal y de finanzas, el folklore queda solamente para el turismo y las compañías discográficas. En el caso de que los municipios se emanciparan del poder autonómico, los barrios aplicarían la misma lógica y así habría de seguir esa cadena hasta los vecinos que viven separados por una calle. Alguien podría decir: “Por qué habríamos de pagar los mismos impuestos los que vivimos de este lado de la línea y los que viven del otro lado. Nosotros tenemos condiciones de vida más altas y nuestros impuestos van a solucionar los problemas de esa otra gente que no quiere progresar con su esfuerzo. Mejor es que cada uno se arregle con lo suyo”. Desde luego que en cada casa del vecindario se podrían escuchar las mismas inquietudes y nadie podría detener ese proceso mecánico justamente en el punto que a él le interesara. Es decir que no se frenaría todo en un simple proceso de feudalización al estilo medieval, dado por poblaciones reducidas y distantes y por relaciones de intercambio esporádicas a través de vías de comunicación controladas por los feudos en pugna o por bandas recaudadoras de peaje. La situación no se asemeja a la de otras épocas en materia de producción, consumo, tecnología, comunicaciones, densidad demográfica, etc.
Por otra parte, las regiones económicas y los mercados comunes tienden a absorber el poder decisorio de los antiguos países. En una región dada, las autonomías podrían eludir a la antigua unidad nacional, pero también los municipios, o grupos de municipios, tenderían a saltar los viejos niveles administrativos y pedir su inclusión en la nueva superestructura regional reclamando su participación de miembro pleno. Aquellas autonomías, o municipios, o grupos de municipios, que contaran con un fuerte potencial económico podrían ser considerados seriamente por la unidad regional.
Nada excluye que en la guerra económica entre los distintos bloques regionales, algunos países miembros comiencen a establecer relaciones “bilaterales o multilaterales” escapando a la órbita del mercado regional en el que están incluidos. ¿Por qué Inglaterra, p. ej. no podría establecer relaciones más estrechas con el NAFTA de América del Norte, logrando al principio excepciones dentro de la CEE y luego, de acuerdo al avance de los negocios?, ¿qué impediría que se incluyera en el nuevo mercado regional abandonando el anterior? Y si Canadá entrara en un proceso de secesión ¿qué impediría que Quebec comenzara negociaciones fuera de la región del NAFTA? Ya no podrían existir en Sudamérica organizaciones del tipo de la ALALC o del Pacto Andino si Colombia y Chile comenzaran a integrar sus economías con miras a la inclusión en el NAFTA frente a un MERCOSUR que se vería afectado por posibles secesiones en Brasil. Por otra parte, si Turquía, Argelia y otros puntos del sur del Mediterráneo comenzaran su inclusión en la CEE, los países excluidos reforzarían su mutuo acercamiento para negociar como conjunto con otras áreas geográficas. Y ¿qué pasaría en el contexto de los bloques regionales que hoy se visualizan, con potencias como China, Rusia y el Este europeo, dadas sus rápidas transformaciones centrífugas?
Probablemente las cosas no resulten como en los ejemplos que hemos dado, pero la tendencia a la regionalización puede tomar caminos inesperados y resultar un esquema bien diferente al que se plantea hoy en base a la contigüidad geográfica y, por tanto, en base al adocenado prejuicio geopolítico. De manera que un nuevo desorden puede ocurrir dentro de esquemas recientes que tienen como objetivo no solamente la unión económica sino también una intención de bloque político y militar. Y como, en definitiva, será el gran capital quien decida la mejor evolución de sus negocios nadie debería estar tan seguro imaginando mapas regionales arreglados de acuerdo a la contigüidad geográfica en la que la carretera, la vía férrea y el enlace radial fueron protagonistas pero que hoy tienden a quedar rediseñados por el tráfico aéreo y marítimo de gran volumen, y la comunicación satelital mundial. Ya en épocas del colonialismo la continuidad geográfica fue sustituida por un damero ultramarino de grandes potencias, que fue declinando con los dos conflictos mundiales. La reacomodación actual, para algunos, retrotrae el problema a etapas pre coloniales haciéndoles imaginar que una región económica debe estar organizada en un continuum espacial con lo cual proyectan su nacionalismo particular hacia una suerte de “nacionalismo” regional.
En definitiva, estamos diciendo que los límites de la desestructuración no están dados en lo particular por los nuevos países emancipados o las autonomías liberadas de un poder central y que tampoco están dados en lo general, por regiones económicas organizadas sobre la base de la contigüidad geográfica. Los límites mínimos en la desestructuración están llegando al simple vecino y al individuo, y los máximos a la comunidad mundial.
2. Algunos campos importantes en el fenómeno de la desestructuración
Quisiera destacar, entre tantos otros posibles, tres campos de desestructuración: el político, el religioso y el generacional.
Queda claro que los partidos se alternarán ocupando el ya reducido poder estatal, resurgiendo como “derechas”, “centros” e “izquierdas”. Ya ocurren y ocurrirán muchas “sorpresas” al comprobarse que fuerzas dadas por desaparecidas emergen nuevamente y que agrupaciones y alineamientos entronizados desde décadas atrás se disuelven en medio del descrédito general. Esto no es una novedad en el juego político. Lo realmente original es que tendencias supuestamente opuestas podrán sucederse sin modificar en lo más mínimo el proceso desestructurador que, desde luego, las afectará a ellas mismas. Y si se trata de propuestas, lenguaje y estilo político, podremos asistir a un sincretismo general en el que los perfiles ideológicos quedarán cada día más borrosos. Frente a una lucha de slogans y formas vacías, el ciudadano medio se irá alejando de toda participación para concentrarse en lo más perceptual e inmediato. Pero la disconformidad social se hará sentir crecientemente mediante el espontaneísmo, la desobediencia civil, el desborde y la aparición de fenómenos psicosociales de crecimiento explosivo. Es en este punto donde aparece con peligrosidad el neo irracionalismo que puede liderar asumiendo formas de intolerancia como bandera de lucha. En este sentido es claro que si un poder central pretende asfixiar los reclamos independentistas, las posiciones tenderán a radicalizarse arrastrando a las agrupaciones políticas a su propia esfera. ¿Qué partido podrá quedar indiferente (a riesgo de perder su influencia) si estalla la violencia en un punto motivada por la cuestión territorial, étnica, religiosa o cultural? Las corrientes políticas habrán de tomar posiciones como hoy ocurre en varios lugares de Africa (18 puntos en conflicto); América (Brasil, Canadá, Guatemala y Nicaragua, sin considerar los reclamos de las colectividades indígenas de Ecuador y otros países de América del sur y sin atender a la agudización del problema racial en Estados Unidos); Asia (10 puntos, contando el conflicto chino-tibetano pero sin destacar las diferencias intercantonales que están surgiendo a lo largo de toda China); Asia del sur y del pacífico (12 puntos, incluyendo los reclamos de las colectividades autóctonas de Australia); Europa occidental (16 puntos); Europa oriental (4 puntos, tomando a Chequia y Eslovaquia, a la ex Yugoslavia, a Chipre y a la ex Unión Soviética como un solo punto cada una, porque de otro modo las zonas en conflicto pueden elevarse a 30, teniendo en cuenta a varios países de los Balcanes y a la Ex Unión Soviética con dificultades interétnicas y fronterizas en más de 20 repúblicas repartidas más allá de Europa oriental); Levante y Medio Oriente (9 puntos).
También los políticos tendrán que hacerse eco de la radicalización que van experimentando las religiones tradicionales como ocurre entre musulmanes e hinduístas en India y Pakistán, entre musulmanes y cristianos en la ex Yugoslavia y Líbano, entre hinduístas y budistas en Sri Lanka. Deberán expedirse en las luchas ínter sectas dentro de una misma religión como ocurre en la zona de influencia del Islam entre sunnitas y chiitas, y en la zona de influencia del cristianismo entre católicos y protestantes. Habrán de participar en la persecución religiosa que ha comenzado en Occidente a través de la Prensa y de la instauración de leyes limitantes a la libertad de culto y de conciencia. Es evidente que las religiones tradicionales tenderán al acoso de las nuevas formas religiosas que están despertando en todo el mundo. Según los bienpensantes, normalmente ateos pero objetivamente aliados de la secta dominante, el hostigamiento a los nuevos grupos religiosos “no constituye una limitación a la libertad de pensamiento sino una protección a la libertad de conciencia que se ve agredida por el lavado de cerebro de los nuevos cultos que, por lo demás, atentan contra los valores tradicionales, la cultura y la forma de vida de la civilización”. De este modo, políticos ajenos al tema religioso comienzan a tomar partido en esta orgía de cazabrujas porque, entre otras cosas, avizoran la popularidad masiva que empiezan a lograr estas nuevas expresiones de fe de trasfondo revolucionarista. Ya no podrán decir como en el siglo XIX, “la religión es el opio de los pueblos”, ya no podrán hablar del aislamiento adormecido de las multitudes y los individuos, cuando las masas musulmanas proclaman la instauración de repúblicas islámicas; cuando el budismo en Japón (desde el colapso de la religión nacional Shinto al fin de la segunda guerra mundial) motoriza la toma del poder por el Komeitó; cuando la Iglesia Católica tiende a la formación de nuevas corrientes políticas luego del desgaste del social cristianismo y del Tercermundismo en América Latina y Africa. En todo caso, los filósofos ateos de los nuevos tiempos, tendrán que cambiar los términos y reemplazar en su discurso el “opio de los pueblos” por la “anfetamina de los pueblos”.
Las dirigencias tendrán que fijar posiciones respecto a una juventud que toma características de “grupo de riesgo mayoritario” porque se le atribuye peligrosas tendencias hacia la droga, la violencia y la incomunicación. Estas dirigencias que insisten en ignorar las raíces profundas de tales problemas no están en condiciones de dar respuestas adecuadas por medio de la participación política, el culto tradicional, o las ofertas de una civilización decadente manejada por el Dinero. Mientras tanto se está facilitando la destrucción síquica de toda una generación y el surgimiento de nuevos poderes económicos que medran vilmente con la angustia y el abandono psicológico de millones de seres humanos. Muchos se preguntan ahora a qué se debe el crecimiento de la violencia en los jóvenes, como si no hubieran sido las viejas generaciones y la actual que detenta el poder, las que han perfeccionado una violencia sistemática aprovechando inclusive los avances de la ciencia y la tecnología para hacer más eficientes sus manipulaciones. Algunos destacan un cierto “autismo” juvenil, y teniendo en cuenta esa apreciación podría establecerse relaciones entre el alargamiento de vida de los adultos y el mayor tiempo de capacitación requerido para que los jóvenes superen el umbral de postergación. Esta explicación tiene asidero pero es insuficiente a la hora de entender procesos más amplios. Lo observable es que la dialéctica generacional, motor de la historia, ha quedado provisionalmente atascada y con ello se ha abierto un peligroso abismo entre dos mundos. Aquí es oportuno recordar que cuando algún pensador advirtió hace décadas sobre aquellas tendencias que hoy ya se expresan como problemas reales, los mandarines y sus formadores de opinión solo atinaron a rasgarse las vestiduras acusando a tal discurso de promover la guerra generacional. En aquellos tiempos, una poderosa fuerza juvenil que debería haber expresado el advenimiento de un fenómeno nuevo, pero también la continuación creativa del proceso histórico, fue desviada hacia las difusas exigencias de la década del ’60 y empujada hacia un guerrillerismo sin salida en varios puntos del mundo. Si se pretende actualmente que las nuevas generaciones canalicen su desesperación en el tumulto musical y en el estadio de fútbol, limitando sus reclamos a la camiseta y el póster de inocentes proclamas, habrá nuevos problemas. Tal situación de asfixia crea condiciones catárticas irracionales aptas para ser canalizadas por los fascistas, los autoritarios y los violentistas de todo tipo. No es sembrando la desconfianza hacia los jóvenes o sospechando en todo niño a un criminal en potencia, como se establecerá el diálogo. Por lo demás, nadie muestra entusiasmo por dar participación en los medios de comunicación social a las nuevas generaciones, nadie está dispuesto a la discusión pública de estos problemas a menos que se trate de “jóvenes ejemplares” que reproduzcan la temática politiquera con música de rock o se aboquen, con espíritu de boys scouts, a limpiar pingüinos empetrolados sin cuestionar al gran capital como promotor del desastre ecológico! Mucho me temo que cualquier organización genuinamente juvenil (sea laboral, estudiantil, artística o religiosa) será sospechada de las peores maldades al no estar apadrinada por un sindicato, un partido, una fundación o una iglesia. Luego de tanta manipulación se ha de seguir preguntando por qué no se integran los jóvenes en las maravillosas propuestas que hace el poder establecido y se ha de seguir respondiendo que el estudio, el trabajo y el deporte tienen ocupados a los futuros ciudadanos de provecho. En tal caso nadie debería preocuparse por la falta de “responsabilidad” de gente tan atareada. Pero si la desocupación sigue trepando, si la recesión se hace crónica, si el desamparo cunde por doquier veremos en qué se transforma la no participación de hoy. Por diferentes motivos (guerras, hambrunas, desocupación, fatiga moral) se ha desestructurado la dialéctica generacional produciéndose aquel silencio de dos largas décadas, aquella quietud que tiende ahora a ser conmovida por un grito y por una acción desgarradora sin destino.
Por todo lo anterior parece claro que nadie podrá orientar razonablemente los procesos de un mundo que se disuelve. Esta disolución es trágica pero también alumbra el nacimiento de una nueva civilización, la civilización mundial. Si esto es así, también se ha de estar desintegrando un tipo de mentalidad colectiva al tiempo que emerge una nueva forma de concientizar el mundo. Sobre este punto quisiera traer aquí lo dicho en la primera carta: “... está naciendo una sensibilidad que se corresponde con los nuevos tiempos. Es una sensibilidad que capta al mundo como una globalidad y que advierte que las dificultades de las personas en cualquier lugar terminan implicando a otras aunque se encuentren a mucha distancia. Las comunicaciones, el intercambio de bienes y el veloz desplazamiento de grandes contingentes humanos de un punto a otro, muestran ese proceso de mundialización creciente. También están surgiendo nuevos criterios de acción al comprenderse la globalidad de muchos problemas, advirtiéndose que la tarea de aquellos que quieren un mundo mejor será efectiva si se la hace crecer desde el medio en el que se tiene alguna influencia. A diferencia de otras épocas llenas de frases huecas con las que se buscaba reconocimiento externo, hoy se empieza a valorar el trabajo humilde y sentido mediante el cual no se pretende agrandar la propia figura sino cambiar uno mismo y ayudar a hacerlo al medio inmediato familiar, laboral y de relación. Los que quieren realmente a la gente no desprecian esa tarea sin estridencias, incomprensible en cambio para cualquier oportunista formado en el antiguo paisaje de los líderes y la masa, paisaje en el que él aprendió a usar a otros para ser catapultado hacia la cúspide social. Cuando alguien comprueba que el individualismo esquizofrénico ya no tiene salida y comunica abiertamente a todos sus conocidos qué es lo que piensa y qué es lo que hace sin el ridículo temor a no ser comprendido; cuando se acerca a otros; cuando se interesa por cada uno y no por una masa anónima; cuando promueve el intercambio de ideas y la realización de trabajos en conjunto; cuando claramente expone la necesidad de multiplicar esa tarea de reconexión en un tejido social destruido por otros; cuando siente que aún la persona más “insignificante” es de superior calidad humana que cualquier desalmado puesto en la cumbre de la coyuntura epocal... cuando sucede todo esto, es porque en el interior de ese alguien comienza a hablar nuevamente el Destino que ha movido a los pueblos en su mejor dirección evolutiva, ese Destino tantas veces torcido y tantas veces olvidado, pero re-encontrado siempre en los recodos de la historia. No solamente se vislumbra una nueva sensibilidad, un nuevo modo de acción sino, además, una nueva actitud moral y una nueva disposición táctica frente a la vida”.
Cientos de miles de personas en todo el mundo adhieren hoy a las ideas plasmadas en el Documento Humanista. Están los comunista-humanistas; los social-humanistas; los ecologista-humanistas que sin renunciar a sus banderas dan un paso hacia el futuro. Están los que luchan por la paz, por los derechos humanos y por la no discriminación. Desde luego, están los ateos y la gente de fe en el ser humano y su trascendencia. Todos estos tienen en común una pasión por la justicia social, un ideal de hermandad humana en base a la convergencia de la diversidad, una disposición a saltar sobre todo prejuicio, una personalidad coherente en que la vida personal no está separada de la lucha por un nuevo mundo.
3. La acción puntual
Todavía quedan militantes políticos que se inquietan por saber quién será primer ministro, presidente, senador o diputado. Es posible que aquellos no comprendan hacia qué desestructuración estamos avanzando y qué poco significan las mentadas “jerarquías” en orden a la transformación social. También habrá más de un caso en el que la inquietud está ligada a la situación personal de supuestos militantes preocupados por su ubicación en el ámbito del negocio político. La pregunta, en todo caso, debe referirse a comprender cómo priorizar los conflictos en los lugares en que cada uno desarrolla su vida cotidiana y saber cómo organizar frentes de acción adecuados en base a dichos conflictos. En todo caso debe quedar en claro qué características deben tener las comisiones laborales y estudiantiles de base, los centros de comunicación directa y las redes de consejos vecinales; qué se debe hacer para dar participación a todas las organizaciones mínimas en las que se exprese el trabajo, la cultura, el deporte y la religiosidad popular. Y aquí conviene aclarar que cuando nos referimos al medio inmediato de las personas formado por compañeros de trabajo, parientes y amigos, en particular debemos mencionar a los lugares en que se dan esas relaciones.
Hablando en términos espaciales, la unidad mínima de acción es el vecindario en el que se percibe todo conflicto aunque sus raíces estén muy distantes. Un centro de comunicación directa es un punto vecinal en el que ha de discutirse todo problema económico y social, todo problema de salud, de educación y de calidad de vida. La preocupación política consiste en priorizar ese vecindario antes que el municipio, o el condado, o la provincia, o la autonomía, o el país. En verdad, mucho antes de que se formaran los países existían las personas congregadas como grupos humanos que al radicarse se convirtieron en vecinos. Luego, y a medida que se fueron montando superestructuras administrativas, se les fue arrebatando su autonomía y su poder. De esos habitantes, de esos vecinos, deriva la legitimidad de un orden dado y desde allí debe levantarse la representatividad de una democracia real. El municipio debe estar en manos de las unidades vecinales y, si esto es así, no puede plantearse como objetivo emplazar diputados y representantes de distintos niveles, como ocurre en la política cupular, sino que ese emplazamiento debe ser consecuencia del trabajo de la base social organizada. El concepto de “unidad vecinal” vale tanto para una población extensa como para una población concentrada en barrios o edificaciones de altura. La conexión entre unidades vecinales debe decidir la situación de una comuna dada y esa comuna no puede, inversamente, depender en sus decisiones de una superestructura que dicta órdenes. En el momento en que las unidades vecinales pongan en marcha un plan humanista de acción municipal y ese municipio o comuna organice su democracia real, el “efecto demostración” se hará sentir mucho más allá de los límites de ese bastión. No se trata de plantear un gradualismo que deba ir ganando terreno hasta llegar a todos los rincones de un país, sino de mostrar en la práctica que en un punto está funcionando un nuevo sistema.
Los problemas de detalle que presenta todo lo anterior son numerosos, pero su tratamiento en este escrito parece excesivo.
Reciban con esta última carta, un gran saludo.

15 de diciembre de 1993

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